'Quedan los buenos fechos'
Un acontecimiento crucial en la historia de la erudición española se produjo en 1900, durante el viaje de novios de don Ramón Menéndez Pidal y doña María Goyri, quienes, al seguir la ruta del Cid por la provincia de Soria, dieron con una señora, en Burgo de Osma, que les cantó una serie de romances tradicionales, los primeros anotados en Castilla desde el Siglo de Oro. Entre ellos figuraba un enigmático poema sobre La muerte del príncipe don Juan, heredero de los Reyes Católicos. Median cuatro siglos de silencio entre aquella catástrofe que en 1497 conmovió a toda España y el año 1900. De por sí solo, este prodigioso cantar noticiero reivindicaba la tradición moderna como un documento de igual valor que los romances viejos del siglo XVI.
Es riquísimo el anecdotario pidaliano: Aníbal Otero, gran dialectólogo y buscador de romances, es detenido durante el trabajo de campo y, acusado de espionaje por las autoridades franquistas y a punto de ser fusilado, se salva por la intervención de don Ramón; al emprender nuevas y masivas encuestas en diversas regiones de España, Diego Catalán y Álvaro Galmés son presos en Cuenca por la Guardia Civil y acusados de maquis. Tales episodios y otros muchos ahora se nos revelan en todo su dramatismo en el libro que reseñamos.
Muy de acuerdo con las metas de 1898, a Menéndez Pidal le interesaba reivindicar la continuidad multisecular de la cultura española. Esa continuidad la buscaban Unamuno y Machado en una entrañable, casi mística relación con el paisaje heroico de Castilla; don Ramón la buscaba en manuscritos medievales y en el rescate de cantos tradicionales. De ahí sus grandes aciertos: exploración de los orígenes del español, clasificación de las crónicas generales, reconstrucción de la épica, descubrimiento del romancero moderno... Pidal naturalizó en España las rigurosas normas de la filología centroeuropea y supo revolucionar la erudición: crítica textual, lingüística histórica, dialectología, historiografía medieval. Don Ramón hizo escuela y, en toda una serie de disciplinas, España llegó a competir -como sigue compitiendo- con lo mejor que han producido los demás países de Europa. Y a pesar de los años y a pesar de las críticas, queda intacta una inmensa mayoría de los descubrimientos: significado de las jarchas, dos poetas del Cantar de Mio Cid, teoría del estado latente, nexo genético entre epopeya y romancero, concepto del 'autor-legión'. Las ideas de don Ramón siguen inspirándonos, no sólo porque inspira el recuerdo de tanta y tan espléndida labor, sino también porque esas ideas siguen funcionando, siguen dando resultados concretos y acertados, y siguen abriéndonos nuevos senderos y nuevos horizontes.
Queda ahí en el Archivo Menéndez Pidal -la antigua casa de don Ramón en Chamartín- un legado inmenso, materiales de valor incalculable: sobre los orígenes de la lengua y la historia de la épica, así como la más cabal colección de romances que existe. Diego Catalán, que conoce como nadie esta herencia, nos brinda un magnífico libro. De formato elegante, documentado en todo detalle y enriquecido con centenares de fotografías, se trata de una cala exhaustiva en los quehaceres de don Ramón: correspondencia internacional contra el estado latente; viaje a América; magna labor de Manrique de Lara; alianza entre dialectólogos y romancistas; geografía romanceril; afanes de Llano, Espinosa, Torner, Schindler, Otero y otros muchos; agonía de la guerra civil (con fotos espeluznantes); nuevas encuestas de Catalán y Galmés...
Don Ramón murió el día 14 de noviembre de 1968. Con todo, siguió el trabajo romancístico en pleno vigor: grandes encuestas de equipo organizadas por Diego Catalán y esfuerzos internacionales en América, Portugal e Israel. Centenares de publicaciones -colecciones, tipologías, crítica literaria- ya califican los estudios romancísticos como una auténtica rama del hispanismo. Este hermoso libro, centrado en el romancero, abarca muchísimo más y seguirá siendo indispensable para todo acercamiento a la obra de don Ramón. Citemos a un monje anónimo del siglo XIII, autor del Poema de Fernán González: '¡Quedan los buenos fechos, éstos han de vesquir!'.
Samuel G. Armistead. University of California, Davis.
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