_
_
_
_
Liga de Campeones | FÚTBOL
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El fracaso de la perversión italiana

Por segundo año consecutivo ningún equipo italiano ha sido capaz de alcanzar los cuartos de final de la Copa de Europa, humillación intolerable en un país que acepta todo menos la derrota. O al revés, un país que siempre excusa cualquier perversidad si conduce a la victoria. La primera perversión pasa por considerar que el juego no interesa cuando se busca el triunfo. En la medida que los equipos italianos se han alejado del nudo central -el juego, la vieja relación del jugador con la pelota, el disfrute de lo sutil, lo espontáneo y diverso que surge de los futbolistas frente a la militarización castradora- han sido víctimas de su obsesión por un pretendido cientifismo. Digamos que el error capital es el exceso de atención a los detalles. ¿Cuáles son los detalles? La conversión de la pelota en un elemento ínfimo, despreciable, frente a valores como la estadística, el cálculo de porcentajes, el sometimiento a la tiranía de unos entrenadores que han llevado al fútbol italiano a la podredumbre. Ellos son los que desdeñan el balón, los que privilegian el despliegue atlético de forma desaforada, los que consideran el centro del campo como una zona a evitar para limitar riesgos, los que afirman que los partidos se ganan en las dos áreas y lo demás no importa, los que pretenden vivir del pelotazo y la ganancia de rechaces -imbecilidad que hace algún tiempo condenó al fútbol inglés a sus peores años-, los que condenan a excelentes futbolistas a penar en un juego demencial, los que hablan de la velocidad como valor supremo del juego. ¿Qué velocidad? ¿La de los gattusos, di livios y tomassis, convertidos en héroes por entrenadores y periodistas? ¿La de unos jugadores que no salen de su estupor cuando se enfrentan a equipos que les esconden el balón? En la medida en que han avanzado hacia esa perversión, supuestamente dirigidos hacia la modernidad y la victoria, se han encontrado con la respuesta del fútbol, que se ha defendido inesperadamente: recuperando los viejos valores del juego. En ese sentido, al fútbol español le cabe el honor de la resistencia a los mensajes que llegaban desde Italia, a aquello que se denominaba resultadismo, falacia maliciosa que se ha quedado en nada. Basta observar a sus infalibles apóstoles: fuera de la Copa de Europa por segundo año consecutivo.

Al fútbol español le cabe el honor de haber actuado de dique. Se resistió durante años a un mensaje que invadió al mundo, al mensaje que llegaba desde Italia. Los equipos españoles prefirieron atender al legado de Cruyff y al de todos aquellos que cuestionaban la aparente supremacía del calcio. Lo han hecho con inteligencia y sin ingenuidad a través de un equilibrio donde lo táctico es importante pero no exclusivo, donde los buenos jugadores son esenciales para jugar -en el término estricto de la palabra-, donde el buen uso del balón determina una suerte de superioridad moral que merece trasladarse al resultado, donde la victoria se respeta en lo que vale, pero sale discutida, y hasta rechazada, si se avala por un fútbol miserable, el fútbol que inexplicablemente se proclama en un país que siempre ha entendido la belleza como un motor de vida y progreso. Por ahí deberían comenzar sus quejas. Porque el cataclismo de sus equipos sólo es la consecuencia de una mirada mezquina y perversa. De su fealdad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_