Las cornadas del asfalto
Un novillero cordobés camina hasta Madrid en busca de una oportunidad
Juan de Dios de la Rosa camina a buen paso por el arcén de la Autovía de Andalucía. Va hecho un primor: traje de luces verde y oro, corbatín negro, medias rosa carmesí... y zapatillas deportivas. 'Ayer sí me puse las de torear, pero hoy me las he quitado, porque no son nada buenas para el asfalto', aclara este novillero cordobés, que se enfrenta a una travesía de 400 kilómetros a pie. El lunes salió de su ciudad rumbo a Madrid, adonde calcula que llegará el 26 de marzo. ¿Y para qué tanto andar? 'Para pedir una oportunidad', dice con una mezcla de candor y poderío que desarma a cualquiera.
Juan de Dios se enfrentó a su primera becerra a los 15 años; ahora ya ha cumplido los 25. Quiere torear y no puede. Para poner su nombre en los carteles le exigen un mínimo de 20 novilladas, y por más que se esfuerza no consigue sumar tantas, 'porque salen muy caras, sobre todo si voy con picadores'. Así lo explica él: 'Cuando un empresario quiere montar una novillada trata de asegurarse el espectáculo: pide 500.000 pesetas al torero y le obliga a pagarse todos sus gastos, la cuadrilla, el alojamiento, en fin, todo. Y así, se porte el público como se porte, el empresario hace buen negocio. Hay toreros que tienen dinero o un apoderado o un padre que les ayuda. Yo no'. 'Y lo que pido es la posibilidad de torear, de abrirme camino', concluye Juan de Dios.
El novillero anda una media de 25 kilómetros diarios; ayer completó los primeros 50. Va pendiente del tráfico, de la lluvia, del sol y de la Guardia Civil, porque dice el Código que los peatones no deben circular por el arcén de la autovía, ni siquiera por la izquierda. 'Pero si me meto en carreterillas no me ve nadie', se justifica.
Juan de Dios carga una mochila enorme 'que pesa como un muerto', aunque lleva sólo lo más preciso. Un saco de dormir, una tienda de campaña, alguna prenda de abrigo, un paraguas, una muda de ropa, las cosas de aseo. Todo esto recae sobre las hombreras, profusamente bordadas, de la rígida chaquetilla del traje de luces, y de ahí se le clava en la espalda. 'Es lo que más me molesta', asegura entre resignado e incómodo. Entre el chaleco y el cuerpo lleva encajado el teléfono móvil, que no para de sonar; en las manos, una botella de agua de litro y medio. Y adelante.
Los camioneros le dan ánimos a fuerza de bocinazos, mientras pasan a su lado a toda velocidad. En su segunda jornada, El Carpio-Villa del Río, uno de ellos le invitó a comer, 'un menú ligerito, para no pararme mucho', cuenta agradecido. Por las noches monta la tienda en algún lugar tranquilo. 'Paso algo de frío, qué se le va a hacer', reconoce. Carga la batería del móvil en los bares, que le prestan la electricidad. 'Dejadme esto aquí esta noche', pide, 'que mañana temprano paso a recogerlo'. Cuando se le pregunta cómo está y si le hace falta algo, sonríe y responde: 'Yo estoy canela. Lo único que necesito son dos toros'.
Viajero, tenaz y convencido
Juan de Dios de la Rosa tiene muy claro qué es lo que va a hacer cuando llegue a Madrid y se plante justo en la puerta grande de la Plaza de las Ventas, que es el punto final del itinerario que se ha marcado. 'Me voy directamente a la oficina y pregunto por el gerente, don Manuel Cano', refiere muy seguro. 'Y él, que ya me conoce, que me diga qué va a pasar conmigo en esta temporada'. Esta no es la primera ocasión en que el novillero cordobés, tan emprendedor, se lanza a llamar la atención del público fuera de los ruedos. El año pasado permaneció casi un centenar de días en huelga, ante la misma mítica plaza madrileña, para pedir exactamente lo mismo que ahora, una oportunidad. Pero a pesar de sus esfuerzos, y de las malas y largas noches que pasó durmiendo en el coche, no sacó nada en limpio. Tuvo que volverse a Córdoba, de vacío y con los huesos molidos, pero sin rendirse. Juan de Dios recuerda que, allá por la década de los ochenta, tres matadores andaluces iniciaron una marcha reivindicativa parecida a la suya. 'Esta vez yo hago solo el camino, y es un sacrificio, aunque tengo el apoyo total de mi familia y de mis amigos, que no paran de llamarme por teléfono. Es verdad que la carretera cansa mucho, pero peor me parece estar sin torear'. El novillero comparte la extendida opinión de que 'bueno o malo, conviene que se hable de uno'. Mientras más conocido sea su nombre, más posibilidades tendrá de ser contratado. Y afirma contundentemente: 'No me voy a quedar en casa esperando que vengan a buscarme, porque no va aparecer nadie, eso es seguro'. 'Ahora que, donde deberían empezar a apoyarme', reclama, poniéndose serio de repente, 'es en la plaza de mi tierra; creo que ya me toca a mí torear una Feria de Mayo en Córdoba'. Juan de Dios de la Rosa confía en sus posibilidades; oportunidad en mano, no duda de que hará carrera. Cree en sí mismo y valora su trayectoria positivamente. 'Me he llevado algún porrazo, como todo el mundo, pero en general me ha ido bien', estima. Se mira en el espejo de Manuel Benítez El Cordobés. 'Mi ídolo', dice, con aire adolescente.
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