El Valencia gana a la italiana
El equipo de Benítez aprovecha su eficacia y el gran momento de Aimar para superar a un Barça muy pobre
Aimar ha tenido que romper como goleador -tres tantos en los tres últimos partidos- para que Mestalla y su entrenador, Rafa Benítez, acaben entregados a uno de los futbolistas más chispeantes de la Liga. Su vertiginoso juego de entre líneas -un cambio de ritmo por aquí, otro pase en profundidad por allá- superó claramente a un Barça timorato y sin recursos. Un equipo diseñado para defender, que no supo hacerlo, con una deficiente actuación de sus dos centrales. Y lo que es peor: tampoco supo atacar, por lo que dio todas las de ganar a un conjunto de tanto oficio como el Valencia, que sabe jugar perfectamente a la italiana: poca posesión de balón y muchos puntos. Porque el cuadro de Benítez defendió como sabe -excelentemente- y después se fió de la alegría de sus dos argentinos más ofensivos, Kily González y Aimar.
Traicionando la borrachera de fútbol que tradicionalmente ha deparado este clásico, ninguno de los dos técnicos arriesgó ni un ápice en las alineaciones. Las pizarras pintadas por los entrenadores no anunciaban nada bueno. Y las previsiones se confirmaron. Nada por aquí, nada por allá: otro peñazo en el primer acto. También en contra de la historia, el partido nació demasiado apacible, sin la descarga eléctrica de años precedentes. Poco de qué hablar en el descanso. Eficacia de unos -el Valencia- e impotencia de los otros.
Eso a pesar de que una buena idea de Kily González y Rufete hizo albergar ciertas esperanzas. Puesto que De Los Santos y Albelda se solapaban en la tarea de contención -demasiado hormigón en esa zona-, tuvieron que ser los volantes los que encontraran por su cuenta una senda que condujera a Reina.
Kily González dibujó un pase en diagonal por el que Rufete se quedó solo ante el meta azulgrana sin que los centrales Christanval ni Frank de Boer llegaran a cerrarlo. Tampoco el lateral Sergi. Y Rufete, que se crió en la escuela de La Masia, ganó la posición, controló con la derecha y colocó a gol con la pierna izquierda. Dos toques para abrir un encuentro muy cerrado. Y para convertir en gol la única oportunidad del Valencia en la primera parte. Claro que la racanería era cosa de dos: el Barça tampoco inquietó a Cañizares en todo el primer periodo.
El conjunto azulgrana dispuso de cierta libertad de movimientos en la distribución desde el centro del campo, pero era llegar a la línea de tres cuartos y ahí chocaba con una roca: Ayala, que intimidó y marcó la raya de manera implacable. De manera que Kluivert sufrió una noche especialmente gris. Peor lo pasaría después Ayala con el escurridizo Saviola, cuya movilidad resultó más difícil de sujetar.
El Valencia se dedicó básicamente a defenderse muy bien, como de costumbre, y el Barcelona a atacar sin ninguna clarividencia, también como de costumbre esta temporada. Las gotitas de calidad del partido las derramaron Aimar y Kily, dos de los hombres de Marcelo Bielsa en Mestalla. Del duelo de Kily con Puyol salió airoso el argentino, que se escurrió del catalán con cierta profusión. En una de ellas, cedió el balón a Aimar y éste puso Mestalla en pie de guerra contra el árbitro, López Nieto. Cayó el argentino tras una entrada de Cocu y el colegiado creyó que Aimar había simulado la caída, por lo que le enseñó la tarjeta amarilla.
Cansado de la opacidad de Rochembak, Rexach le retiró por Overmars y éste le aportó velocidad y llegada, por fin, por el extremo izquierdo. También le dio paso a Saviola y el Barça pareció refrescarse. Aunque no le dio tiempo, pues Carew, recién pisó el césped, impuso su físico ante Sergi, llegó al fondo y su centro atrás lo remató Aimar, que le robó la cartera al desafortunado Christanval. Se intercambiaron las funciones: pasó Carew, remachó Aimar.
En el bonito cara a cara que acababa de inaugurarse entre los dos pibes más prometedores del fútbol argentino, Aimar, más metido en el choque, golpeó primero. Por fin Aimar tuvo una actuación decisiva en un partido de los grandes y reivindicó su gran categoría ante un técnico, Rafa Benítez, que dudada en gran medida de su rendimiento.
Con la ventaja de dos goles, el Valencia administró la renta con su habitual contundencia. Ni siquiera se permitió ya el lujo de Aimar, mandado a la ducha por Benítez a un cuarto de hora del final. Pero el Barcelona no hizo a última hora lo que no había podido hacer anteriormente: crear. Quizá porque no salió preparado para ello. La frase de Rexach resonaba en los oídos de los barcelonistas: 'El empate también es bueno'. Ni siquiera eso.
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