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Entrevista:Isidoro Valcárcel Medina

'Vivimos una época de ilusiones de cultura, no de cultura'

Fuera llueve, dentro no'. Éste es el mensaje que se escucha en el contestador automático de Isidoro Valcárcel Medina (Murcia, 1937). La frase fue el título de una conferencia sobre arquitectura que el artista impartió hace unos meses. Como el propio mensaje, Valcárcel Medina se ha convertido en un creador imprevisible entre cuyos proyectos más recientes figuran una gestoría para asuntos artísticos y una 'ley para la promoción y regulación del ejercicio y disfrute del arte' en la que se defendía, por ejemplo, el derecho a la falsificación: 'Mi pretensión no era que se aprobara, se trataba de que el presidente el Congreso firmara la negativa a esa ley', sostiene. Valcárcel acaba de publicar 2.000 d. de J.C., cuyas 2.000 páginas fueron patrocinadas por particulares a razón de 1.000 pesetas. En cada una de ellas se recoge un hecho acontecido en el año correspondiente.

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PREGUNTA. ¿Cuál es su relación con la historia después de este libro?

RESPUESTA. He escrito este libro porque detesto la historia. Era una forma de demostrarme a mí mismo que la historia en sí no es detestable, sólo lo es la forma en que se trata. Me dije: hagamos historia de forma que coincida con mi visión.

P. Se ha centrado en algo contra lo que se ha construido la historiografía moderna: la anécdota.

R. Lo general no puede prescindir de lo particular. Hay tantos ejemplos de cómo minucias insignificantes han desencadenado el paso adelante de la historia... Mi propósito no era escribir un libro de contrahistoria, sino demostrar que no todo lo que cuento es un acontecimiento histórico, sin embargo, pertenece a la historia.

P. En ocasiones sí hay acontecimientos. En 1989, relata la caída del muro de Berlín.

R. La caída del muro fue un suceso maravilloso, una reacción de los que hacen la pequeña historia. Además, los profesionales del vaticinio no lo previeron.

P. ¿Sabe más ahora?

R. Esa pregunta es curiosa, porque yo no me sé el libro. Afortunadamente, porque no he estado estudiando, sino haciendo un acto creativo. No sé más de lo que sabía, pero sí es verdad que siento más de lo que sentía.

P. ¿Alguna conclusión?

R. No hemos cambiado nada, no hemos progresado. Alguien dijo que la historia de la civilización occidental es un largo diálogo entre Platón y Aristóteles. Y es verdad.

P. La palabra más repetida en el libro es arte. Para definirlo usted privilegia el proceso frente al producto y la conciencia frente a la emoción o la belleza.

R. El arte es una acción, no un fruto. La belleza no tiene nada que ver con el arte, aunque pueden coincidir. Lo de las bellas artes es una entelequia. Ahí está el feísmo, que es artístico. ¿La emoción? La emoción rezuma. Algunas historias de este libro están escritas con verdadera emoción. Pero para contar la muerte de un bosquimano no hace falta escribir: 'En la sabana africana aparecía el sol...'.

P. ¿Dónde estaría la frontera entre el arte y el todo vale?

R. No todo es arte. Es más, casi no hay nada que sea arte. Arte no son sólo las buenas pinturas, también las malas pueden serlo. Lo que no puede ser arte es lo que se hace diciendo: 'Dado que hay una expresión artística a la que se llama pintura todo lo que yo haga en ese terreno es arte'. No. Tampoco decir: 'Todo es arte'. Beuys tenía su famosa escuela, en la que enseñaba, en teoría, eso. Lo que pasa es que mientras estaba difundiendo esa idea se estaba haciendo fotografías en sus cursos, que firmaba luego. Tendría entonces que decir: 'Todo es arte menos lo que yo hago'.

P. Usted también reflexiona sobre la relación entre arte y vida.

R. Las condiciones para que se produzca el arte están ahí y casi hay que esforzarse para que todo no sea arte. No es que la vida sea arte y el arte sea vida, sino que la vida puede dar lugar al arte con pequeño esfuerzo y el arte puede ser un testimonio de la vida con pequeñísimo esfuerzo. Pero, ¿en qué nos esforzamos los humanos? En que esa ecuación no se produzca. Nuestra cultura fomenta un gueto para que cuando la gente quiera arte no se quede en su territorio, sino que acuda al que ya está marcado.

P. Usted dice que la función del artista es meter el dedo en la llaga del poder. ¿Y en el caso de un poder como el del dinero?

R. El dinero, como la velocidad, se demuestra andando. Nunca he vendido una obra a través de una galería. Habré vendido diez en toda mi vida, y ojalá que las hubiera vendido todas, no lo digo como una queja.

P. ¿Hay alguna forma de escapar a la especulación?

R. Le contesto con una pregunta: ¿por qué el Reina Sofía derriba la mitad del edificio que le pertenecería para hacer uno nuevo cuando todavía no tiene ocupado totalmente el viejo? ¿Cómo se pone coto a eso? Sencillamente, no teniendo tratos con el Reina Sofía. Y cuando uno los tiene, pide cuentas.

P. ¿Ha sido su caso?

R. En 1996, el museo me invitó a participar en una exposición. Pedí información de una serie de exposiciones: la superficie que habían ocupado y cuánto había costado el montaje y el catálogo. Se negaron a dar esa información, pese a que no tenía nada que ver con la defensa nacional ni con el honor, como dice la Ley de Administraciones Públicas. Terminé en el defensor del pueblo. ¿Cómo se pone en evidencia el dinero? Sin tocarlo. Poniendo en evidencia a los que lo tocan.

P. ¿Qué opina de Arco?

R. No tiene nada que ver con el arte. La sabiduría del marketing es importantísima hoy. Si se trata de que la gente vaya a un sitio, la gente va, sea Arco o la exposición de Velázquez, en la que la gente hacía colas de madrugada para ver los cuadros que han estado ahí siempre. Vivimos en una época de ilusiones de cultura, no de cultura.

Isidoro Valcárcel Medina, en su estudio.
Isidoro Valcárcel Medina, en su estudio.MIGUEL GENER

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