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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Horas en apariencia vacías

Otro hallazgo científico advierte que la afición al chelo es más frecuente entre los que tuvieron una infancia maderera, mientras que el gusto por el calzado de hebilla se atribuye a un origen guarnicionero

Rostropóvich

Este hombre tuvo la decencia cívica de denunciar las condiciones de vida en la Unión Soviética cuando esa actitud estaba fuera de agenda, y la dignidad -o la grandeza- artística suficiente para afirmar, hace poco tiempo, que no quería grabar la integral de las Suites de J. S. Bach porque aún poseían para el violonchelista amplias zonas de misterio que no se atrevía a fijar. Si el lector ha tenido ocasión de ver a Rostropóvich volcado en su instrumento sabrá la clase de emoción matérica a que me refiero, una emoción que debe más al gesto que a la certidumbre de que la mano izquierda estará siempre al tanto de lo que hace la derecha, los labios fruncidos como un crío. Entre la visión romántica de Pau Casals -que sigue Lluís Claret-, la aplicación de Yoyoma o el carácter trágico de Maurice Gendron, las versiones del misterio de las Suites encuentran en el chellista de Kabú ese justo punto medio que tanto conviene al talento.

También el perfume

Hace un par de meses, un sociobiólogo con estudios de mucho postín hizo recaer en la altura -notable- de Bin Laden su propensión al crimen, y ahora otro científico de primera fila asegura que las mujeres -nada se atreve, al parecer, a decir sobre los varones- eligen a su pareja llevadas de un olfato en el que reconocerían los olores de su padre cuando niñas. Cada maestrillo tiene su librillo, y está bien que sea así porque a fin de cuentas siempre es uno mismo el que tiene que traducir las nebulosas de una realidad a veces incomprensible. Pero que titulados con varios másteres a sus espaldas, miles de publicaciones y centenares de intervenciones públicas se atrevan a hablar en nombre de la ciencia para expresar bobadas de colegial desfaenado es algo que abre muchos interrogantes sobre el rendimiento global de la institución universitaria.

Temporada de invierno

No hay duda de que Rivaldo es un Picasso del área grande, Zidane el Mozart de los centrocampistas, Julen Guerrero un Beckett en fase atormentada y Cañizares el mejor Cioran posible bajo los palos. Nada de eso autoriza la expansión de alegrías domingueras propias de sociólogo aficionado. Si la correspondencia entre la pujanza económica y social de una comunidad y los resultados del equipo titular no estuviera sometida a mediaciones imprevisibles, tendríamos que la sociedad catalana se derrumba en noviembre para resucitar en diciembre y hundirse en la segunda quincena de enero. Se ve que lo suyo no son los alegres periodos festivos. Y lo mismo tantas otras. Todo antes de reconocer que -por suerte-, a una media de tres artistas aleatorios por equipo, no todos estén en su punto en los fines de semana de un invierno perezoso.

Adiós a las tardes frías

Lo mejor del invierno es su rotundidad y su escasa disposición a obedecer las argucias de la conducta humana. Es cierto que cada vez pasa más deprisa, aunque el de este año prefirió anunciarse de manera un tanto rigurosa para acogerse enseguida a una templanza propia de días más falleros. Ya ni los inviernos son lo que eran, pero tampoco los años. El segundo de los Sonetos de Shakespeare arranca diciendo Cuando cuarenta inviernos asedien tu frente..., y atribuye a esa cifra las miserias de la vejez. El autor murió joven, ya se sabe, pero aún así llama la atención que situara el declive inevitable en una edad que ahora mismo se tiene por la plenitud de la vida. Cuidado, pues, con las metáforas literarias, cuidadito, y con una realidad real que en cosa de pocos años convertirá a nuestra sociedad en un mosaico inmóvil de personas de la cuarta edad.

Atributos sexuales

Ya casi ninguna persona sensata duda de que el mito de la caverna de Platón alude también a la morfología sexual de la especie humana y sus características de uso, una cuestión que ha ocupado mucho a los filósofos griegos y que desde entonces no ha cambiado casi que para nada. Hay una gran pregunta de la antropología médica clásica que carece todavía de una respuesta concluyente, y es la que se interroga sobre qué hace de la persona un ser humano. Cualquiera que se atreva a contemplarse en un espejo de cuerpo entero comprueba que la persistencia pilosa del cuero cabezudo es cómplice de la tenebrosa red de rizos que enhebra la genitalidad de su presencia corporal -no hay otra digna de consideración-, como si tuvieran algo que esconder o algo de que esconderse. Y lo curioso es que se trata de los atributos que mayor semejanza conservan con su origen -y su función- animal. Misterios del alma humana.También el perfume

Hace un par de meses, un sociobiólogo con estudios de mucho postín hizo recaer en la altura -notable- de Bin Laden su propensión al crimen, y ahora otro científico de primera fila asegura que las mujeres -nada se atreve, al parecer, a decir sobre los varones- eligen a su pareja llevadas de un olfato en el que reconocerían los olores de su padre cuando niñas. Cada maestrillo tiene su librillo, y está bien que sea así porque a fin de cuentas siempre es uno mismo el que tiene que traducir las nebulosas de una realidad a veces incomprensible. Pero que titulados con varios másteres a sus espaldas, miles de publicaciones y centenares de intervenciones públicas se atrevan a hablar en nombre de la ciencia para expresar bobadas de colegial desfaenado es algo que abre muchos interrogantes sobre el rendimiento global de la institución universitaria.Temporada de invierno

No hay duda de que Rivaldo es un Picasso del área grande, Zidane el Mozart de los centrocampistas, Julen Guerrero un Beckett en fase atormentada y Cañizares el mejor Cioran posible bajo los palos. Nada de eso autoriza la expansión de alegrías domingueras propias de sociólogo aficionado. Si la correspondencia entre la pujanza económica y social de una comunidad y los resultados del equipo titular no estuviera sometida a mediaciones imprevisibles, tendríamos que la sociedad catalana se derrumba en noviembre para resucitar en diciembre y hundirse en la segunda quincena de enero. Se ve que lo suyo no son los alegres periodos festivos. Y lo mismo tantas otras. Todo antes de reconocer que -por suerte-, a una media de tres artistas aleatorios por equipo, no todos estén en su punto en los fines de semana de un invierno perezoso.Adiós a las tardes frías

Lo mejor del invierno es su rotundidad y su escasa disposición a obedecer las argucias de la conducta humana. Es cierto que cada vez pasa más deprisa, aunque el de este año prefirió anunciarse de manera un tanto rigurosa para acogerse enseguida a una templanza propia de días más falleros. Ya ni los inviernos son lo que eran, pero tampoco los años. El segundo de los Sonetos de Shakespeare arranca diciendo Cuando cuarenta inviernos asedien tu frente..., y atribuye a esa cifra las miserias de la vejez. El autor murió joven, ya se sabe, pero aún así llama la atención que situara el declive inevitable en una edad que ahora mismo se tiene por la plenitud de la vida. Cuidado, pues, con las metáforas literarias, cuidadito, y con una realidad real que en cosa de pocos años convertirá a nuestra sociedad en un mosaico inmóvil de personas de la cuarta edad.

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