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Un estado místico

Juan José Millás

Sufro una gripe atenuada. Me duelen un poco los brazos, la espalda, la garganta. Tengo febrícula, a condición de que la febrícula sea una fiebre pequeña, pues no estoy seguro. Como tampoco hay médicos 'atenuados', que traten este tipo de enfermedades demediadas, tomo media aspirina, media taza de caldo, me pongo la mitad del termómetro dentro y la mitad fuera de la boca. Me acuesto a ratos, en lugar de pasarme en la cama todo el día, y llevo, en fin, una vida menor, que a la larga es mucho más sana que la que conocemos como mayor. He llamado a la Seguridad Social, para ver si hay servicios de media urgencia, pero me han dicho que no, que sólo los tienen de urgencias enteras y que están colapsados por las gripes enteras que padece toda la población en esta época.

Hago lo mismo de siempre, aunque con movimientos más pausados. Cuando salgo a la calle, por ejemplo, la noto con cada uno de mis sentidos. Dios mío, esto es una calle, me digo, y me pregunto si las calles salen por casualidad, al hacer las casas, o las casas son el resultado inevitable de las calles. En todo caso, tiene mucho mérito haber levantado todo este cúmulo de edificios y antenas de televisión, incluso aunque se haya hecho poco a poco. Compro el pan y de regreso a casa voy pellizcándolo, admirado de lo bien que sabe la corteza. Es increíble que a ningún panadero se le haya ocurrido hacer un pan que sólo tenga corteza. Sería un éxito. Aunque quizá la miga sea una consecuencia de la corteza, o al revés, y no pueda darse la una sin la otra.

Normalmente tengo muy malos hábitos alimenticios, pero, mira por donde, ahora me apetecen las verduras y las frutas. No comprendo por qué las rechazo cuando me encuentro bien. Hoy no me tomaría un filete ni a tiros. Qué asco, toda esa carne muerta, ¿no? Además, que la carne muerta está llena de violencia. Si es de pollo, porque han estresado al pollo para que engorde rápido; si de vaca, porque la han vuelto loca con piensos animales e inyecciones de penicilina... Creo que hay más carnes, pero ahora no caigo. Me apetece, sin embargo, un poco de merluza hervida con unas rodajas de patatas, siempre y cuando no sea una merluza de piscifactoría. A lo mejor, esto que llamo una gripe atenuada es un estado místico, aunque no he tomado ningún estupefaciente para merecerlo.

Normalmente, cuando estoy bien, duermo a medias y me despierto en mitad de la noche y veo desfilar toda mi vida por delante de mí, como un ahogado, y me arrepiento de haber hecho tanto daño a las moscas: de pequeño las cazaba por pura diversión y cometía con ellas atrocidades por las que aún espero ser castigado, si hay una justicia que nos transciende. Desde que tengo la gripe atenuada duermo toda la noche de un tirón, sin necesidad de somníferos. Y no es que me sienta orgulloso de las cosas que le he hecho a las moscas, pero tiendo a ser más comprensivo conmigo gracias a la febrícula. Después de todo, vivía en un ambiente violento del que yo no era más que un reflejo. Ya de mayor, he hecho cuanto me ha sido posible por ellas. El año pasado, por ejemplo, me cambiaron el contador de la luz y, mientras lo abrían o lo cerraban, alguna mosca debió de poner sus huevos en el aparato. Cuando nacieron las mosquitas, estaban atrapadas, pues, dentro de la caja de plástico, en un mundo completamente aséptico. Habrían muerto de no haberles facilitado la salida, aunque la caja estaba precintada y me expuse a una denuncia de la compañía eléctrica.

Nunca le había contado esta historia de las moscas a nadie, ni a mi familia más cercana: por pudor, sin duda. Ahora, en cambio, noto que me hace mucho bien hablar de ello y creo que mi experiencia puede ayudar a otras personas que maltrataron en su infancia a estos insectos y que quizá habían perdido la esperanza de ser perdonados por ellos. Pues no: hay mil modos de rectificar aquellas atrocidades de las que sólo éramos, por otra parte, responsables parciales.

Dirán ustedes que cómo he conseguido esta media gripe que tanto bien me ha hecho a mí y a las moscas. Pues yo creo que con una vacuna, simplemente. La vacuna no te previene de toda la enfermedad, pero sí de la mitad de ella. Pero es que media gripe no es como medio infarto o como media parálisis de Bell, por citar una enfermedad que conoce todo el mundo. Media gripe es una bendición entera, pues te ayuda a poner un poco de distancia con la llamada vida real, que ni es vida ni es real. Ahora, con el permiso de ustedes, voy a dar media cabezada.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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