Política y cáncer, arte y locura
Camilo José Cela, recopilaba en su libro Conversaciones Españolas una serie de entrevistas que había realizado a lo largo de sus años como periodista. El libro está dividido en tres apartados, un Anteayer, un Ayer y un Hoy dependiendo no sólo de la época, sino también de las personalidades entrevistadas. Lo que aquí nos interesa es el hoy, ya que en él aparecen figuras de nuestra vida política y artística, y a todas ellas se les realiza la misma pregunta: '¿Prefiere Ud. el cáncer o la locura?'. Es indudable que muchos se sentirían satisfechos respondiendo ninguna de las dos cosas, pero Cela no dejaba opción, una u otra enfermedad debía ser elegida por su interlocutor. Así, políticos y artistas iban definiendo su preferencia y las razones esgrimidas para su elección.
Pero vayamos despacio, ¿quiénes son los personajes? Felipe González, Gutiérrez Mellado, Manuel Fraga, José María de Areilza, Jordi Pujol, García Sabell y Alfonso Guerra, constituyen el grupo de los políticos; por otro lado, Andrés Segovia, Irene Gutiérrez Caba, Pablo Serrano, Fernando Fernán Gómez y Sara Montiel son los representantes de los artistas. La variedad de ideas políticas y la diversidad artística está garantizada. Sin embargo, no parece ocurrir lo mismo con la visión que ambos grupos tienen de las dos enfermedades.
A pesar que, desde un punto de vista científico, tanto el cáncer como la locura son categorías excesivamente amplias y que abarcan un sin fin de trastornos y enfermedades, no deja de llamar la atención que, inequívocamente, todos los políticos prefieran el cáncer, mientras que los artistas se decantan, en su mayoría, por la locura. Las razones que unos y otros esgrimen para elegir el cáncer o la locura parecen ser las mismas, la trilogía maldita cáncer, dolor y muerte, sigue estando en la mente de nuestros gobernantes y de nuestros artistas. Los políticos recurren a ella para aceptarla, es decir, prefieren el dolor físico y la muerte al sufrimiento moral que según ellos implica la locura, sin embargo, el grupo de artistas rechaza el cáncer por esos mismos motivos.
Los artistas entrevistados, en general, consideran la locura como algo superior. No sólo no les importa volverse locos, sino que además consideran que la locura forma parte de su propio estilo de vida. Piensan que estar loco es algo bueno, algo que permite contactar mejor con los demás, aunque solo sea para hacerles reír, no en vano Fernán Gómez utiliza la palabra 'cómicos' para definir a los de su profesión. Asocian la locura a permanecer más tiempo vivos y el estar vivos, al igual que ocurre con el loco, les permite seguir representando sus papeles, vivir la vida de otros, permitirse, de vez en cuando, dejar de ser ellos, para realizar su función. Los artistas tienen una visión positiva de la locura ya que consideran que interpretar, escribir, actuar en definitiva, es lo mismo que realiza el loco, sólo se diferencian de él en que ellos son conscientes de que están representando un papel mientras que el loco no tiene esa conciencia.
Sólo las dos mujeres artistas eligen el cáncer, lo cuál parece estar relacionado, dadas sus respuestas, a que identifican más la locura con el sufrimiento psíquico y no con la enajenación, y la tristeza, la apatía, el desear la propia muerte, lo consideran más doloroso que el hecho de morir. Esto podría estar explicado por la mayor incidencia de trastornos depresivos en las mujeres que en los hombres, lo que es posible que lleve a nuestras protagonistas a ser más sensibles a lo que realmente significa, algún tipo de locura. Para los artistas, el cáncer, en tanto que entraña dolor y muerte, es visto como una enfermedad oscura, extraña, que acaba con la propia vida sin que uno pueda hacer nada para impedirlo. Es como bajar el telón sin que la función haya terminado todavía.
Los políticos asocian la locura con dejar de ser ellos mismo, con la enajenación, con convertirse en otro, con la degradación en vida, con la pérdida de la propia personalidad, y parecen preferir la muerte a dejar de ser ellos mismos. Podría verse en esto cierto narcisismo, tan de moda en la sociedad contemporánea. Sin embargo, psicológicamente hablando, el deseo de conservar la propia identidad hasta el final, se correspondería, por un lado, al pensamiento romántico de creer en un yo único e interno, que nadie puede llegar a conocer; por otro lado, ese yo está forzosamente unido a la necesidad de control, a la creencia de que sólo uno es el dueño de sus propios pensamientos y actos. Según esto, los políticos esperan conseguir las metas que se han propuesto y creen que de su conducta se deriva, en buena medida, unas únicas consecuencias. La locura supondría una pérdida de la creencia de que ellos tienen cierto control sobre acontecimientos y resultados que les resultan importantes. Sólo Fraga se cuestiona lo qué es la locura y también es el único que se plantea la existencia de un significado cultural para el loco; a pesar de ello, prefiere el cáncer aunque suponga la muerte, a la locura, ya que percibe a ésta como una pérdida de la propia identidad y prefiere morir a estar muerto en vida, que es como él entiende la locura.
Se podría decir que existen dos polos en la visión que ambos grupos presentan de dichas enfermedades. Los políticos reiteran el papel negativo de la locura y no ven nada positivo en la misma; sin embargo, aprecian como positivo del cáncer la muerte rápida y la capacidad de poder resignarse a estar enfermos, y como negativo, el dolor y la degradación física. Por su parte, los artistas, perciben en el polo negativo del cáncer el dolor, la muerte y el sufrimiento que origina, no sólo a sí mismos sino también a los que rodean al enfermo, no vislumbran nada positivo en esta enfermedad. Perciben la locura positivamente como un estado superior, como vida, aunque sea fantástica e imaginada, y distinguen como negativo de la misma, la tristeza y el sufrimiento que puede llegar a originar al propio enfermo y a su familia.
Cáncer y locura, dos enfermedades temidas y que marcan personal y socialmente al que las padece; locura y cáncer dos conceptos con los que los seres humanos, en general, intentamos ocultar lo que desconocemos, lo que nos intranquiliza, lo que nos asusta. Dos términos que implican, desde el punto de vista médico, un sin fin de enfermedades distintas, pero que sin embargo nuestros políticos y artistas perciben como algo unívoco, porque subyace a las mismas la pérdida de control personal. El cáncer, como señalan la mayor parte de ellos, implica la posibilidad de resignarse y abandonarse en las manos del médico, la locura implica la disolución del yo, el olvido de uno mismo, el dejar de tener que controlar y controlarse.
Como dice Susan Sontag, las metáforas del cáncer son de lucha, las de la locura espirituales. Esa es la gran diferencia entre lo público y lo privado, entre el político y el artista.Camilo José Cela, recopilaba en su libro Conversaciones Españolas una serie de entrevistas que había realizado a lo largo de sus años como periodista. El libro está dividido en tres apartados, un Anteayer, un Ayer y un Hoy dependiendo no sólo de la época, sino también de las personalidades entrevistadas. Lo que aquí nos interesa es el hoy, ya que en él aparecen figuras de nuestra vida política y artística, y a todas ellas se les realiza la misma pregunta: '¿Prefiere Ud. el cáncer o la locura?'. Es indudable que muchos se sentirían satisfechos respondiendo ninguna de las dos cosas, pero Cela no dejaba opción, una u otra enfermedad debía ser elegida por su interlocutor. Así, políticos y artistas iban definiendo su preferencia y las razones esgrimidas para su elección.
Pero vayamos despacio, ¿quiénes son los personajes? Felipe González, Gutiérrez Mellado, Manuel Fraga, José María de Areilza, Jordi Pujol, García Sabell y Alfonso Guerra, constituyen el grupo de los políticos; por otro lado, Andrés Segovia, Irene Gutiérrez Caba, Pablo Serrano, Fernando Fernán Gómez y Sara Montiel son los representantes de los artistas. La variedad de ideas políticas y la diversidad artística está garantizada. Sin embargo, no parece ocurrir lo mismo con la visión que ambos grupos tienen de las dos enfermedades.
A pesar que, desde un punto de vista científico, tanto el cáncer como la locura son categorías excesivamente amplias y que abarcan un sin fin de trastornos y enfermedades, no deja de llamar la atención que, inequívocamente, todos los políticos prefieran el cáncer, mientras que los artistas se decantan, en su mayoría, por la locura. Las razones que unos y otros esgrimen para elegir el cáncer o la locura parecen ser las mismas, la trilogía maldita cáncer, dolor y muerte, sigue estando en la mente de nuestros gobernantes y de nuestros artistas. Los políticos recurren a ella para aceptarla, es decir, prefieren el dolor físico y la muerte al sufrimiento moral que según ellos implica la locura, sin embargo, el grupo de artistas rechaza el cáncer por esos mismos motivos.
Los artistas entrevistados, en general, consideran la locura como algo superior. No sólo no les importa volverse locos, sino que además consideran que la locura forma parte de su propio estilo de vida. Piensan que estar loco es algo bueno, algo que permite contactar mejor con los demás, aunque solo sea para hacerles reír, no en vano Fernán Gómez utiliza la palabra 'cómicos' para definir a los de su profesión. Asocian la locura a permanecer más tiempo vivos y el estar vivos, al igual que ocurre con el loco, les permite seguir representando sus papeles, vivir la vida de otros, permitirse, de vez en cuando, dejar de ser ellos, para realizar su función. Los artistas tienen una visión positiva de la locura ya que consideran que interpretar, escribir, actuar en definitiva, es lo mismo que realiza el loco, sólo se diferencian de él en que ellos son conscientes de que están representando un papel mientras que el loco no tiene esa conciencia.
Sólo las dos mujeres artistas eligen el cáncer, lo cuál parece estar relacionado, dadas sus respuestas, a que identifican más la locura con el sufrimiento psíquico y no con la enajenación, y la tristeza, la apatía, el desear la propia muerte, lo consideran más doloroso que el hecho de morir. Esto podría estar explicado por la mayor incidencia de trastornos depresivos en las mujeres que en los hombres, lo que es posible que lleve a nuestras protagonistas a ser más sensibles a lo que realmente significa, algún tipo de locura. Para los artistas, el cáncer, en tanto que entraña dolor y muerte, es visto como una enfermedad oscura, extraña, que acaba con la propia vida sin que uno pueda hacer nada para impedirlo. Es como bajar el telón sin que la función haya terminado todavía.
Los políticos asocian la locura con dejar de ser ellos mismo, con la enajenación, con convertirse en otro, con la degradación en vida, con la pérdida de la propia personalidad, y parecen preferir la muerte a dejar de ser ellos mismos. Podría verse en esto cierto narcisismo, tan de moda en la sociedad contemporánea. Sin embargo, psicológicamente hablando, el deseo de conservar la propia identidad hasta el final, se correspondería, por un lado, al pensamiento romántico de creer en un yo único e interno, que nadie puede llegar a conocer; por otro lado, ese yo está forzosamente unido a la necesidad de control, a la creencia de que sólo uno es el dueño de sus propios pensamientos y actos. Según esto, los políticos esperan conseguir las metas que se han propuesto y creen que de su conducta se deriva, en buena medida, unas únicas consecuencias. La locura supondría una pérdida de la creencia de que ellos tienen cierto control sobre acontecimientos y resultados que les resultan importantes. Sólo Fraga se cuestiona lo qué es la locura y también es el único que se plantea la existencia de un significado cultural para el loco; a pesar de ello, prefiere el cáncer aunque suponga la muerte, a la locura, ya que percibe a ésta como una pérdida de la propia identidad y prefiere morir a estar muerto en vida, que es como él entiende la locura.
Se podría decir que existen dos polos en la visión que ambos grupos presentan de dichas enfermedades. Los políticos reiteran el papel negativo de la locura y no ven nada positivo en la misma; sin embargo, aprecian como positivo del cáncer la muerte rápida y la capacidad de poder resignarse a estar enfermos, y como negativo, el dolor y la degradación física. Por su parte, los artistas, perciben en el polo negativo del cáncer el dolor, la muerte y el sufrimiento que origina, no sólo a sí mismos sino también a los que rodean al enfermo, no vislumbran nada positivo en esta enfermedad. Perciben la locura positivamente como un estado superior, como vida, aunque sea fantástica e imaginada, y distinguen como negativo de la misma, la tristeza y el sufrimiento que puede llegar a originar al propio enfermo y a su familia.
Cáncer y locura, dos enfermedades temidas y que marcan personal y socialmente al que las padece; locura y cáncer dos conceptos con los que los seres humanos, en general, intentamos ocultar lo que desconocemos, lo que nos intranquiliza, lo que nos asusta. Dos términos que implican, desde el punto de vista médico, un sin fin de enfermedades distintas, pero que sin embargo nuestros políticos y artistas perciben como algo unívoco, porque subyace a las mismas la pérdida de control personal. El cáncer, como señalan la mayor parte de ellos, implica la posibilidad de resignarse y abandonarse en las manos del médico, la locura implica la disolución del yo, el olvido de uno mismo, el dejar de tener que controlar y controlarse.
Como dice Susan Sontag, las metáforas del cáncer son de lucha, las de la locura espirituales. Esa es la gran diferencia entre lo público y lo privado, entre el político y el artista.
Elena Ibáñez es catedrática de la Universidad de Valencia y presidenta de la Sociedad Española de Psico-Oncología (Sepo).
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