Las bostonianas de Mamet
Uno. Sorpresa por partida triple: Boston Marriage, la nueva obra de Mamet, es a) una comedia 'de época', b) protagonizada exclusivamente por mujeres y c) que termina bien. Hay una cuarta sorpresa: el lenguaje. Las frases cortas como latigazos, el stacatto feroz de sus obras anteriores, dan paso aquí a un refitolerismo retórico a la manera de Wilde, un marivaudage de sexo, codicia y engaños en clave de alta comedia victoriana. Aunque cueste creerlo, viniendo de quien viene, Boston Marriage es un enredo de boudoir, epigramático y estilizado, ambientado en el Boston de principios de siglo: su título es el eufemismo con el que se designaba, en la época, a una pareja lésbica. Para que se hagan una idea: si en un universo paralelo no hubiera existido Franco, podríamos imaginarnos perfectamente a Conchita Montes y Amparo Baró representando esta función en la España de los cincuenta, en el Arlequín de Madrid o en el pequeño Windsor de Barcelona.
La comedia se estrenó, muy apropiadamente, en Boston, el 4 de junio de 1999, dentro de la temporada del American Repertory Theatre (ART). El ART ha sido, en los últimos años, la 'casa madre' de Mamet, donde ha presentado sus últimas obras -Oleanna, The Cryptogram, The Old Neighborhood- dirigidas por él y con su propia compañía. Mamet escribió Boston Marriage como un 'divertimento de verano', un regalo para tres actrices del grupo: Rebecca Pidgeon, su esposa; Felicity Huffman, la esposa de William Macy, y Mary McCann. De Boston pasó a Londres, donde se presentó el pasado mes de marzo, en la Donmar Warehouse, dirigida por Phyllida Lloyd, con Zoe Wanamaker, Anna Chancellor y Lindsey Marshal. El espectáculo está ahora en el West End, en el pequeño New Ambassador, batiendo récords de taquilla. La cola se extiende a lo largo de West Street: por tratarse de la nueva obra de Mamet, y, sobre todo, por el reclamo de miss Wanamaker, popularísima gracias a su rol (la maestra de vuelos con escoba) en Harry Potter. La función no es un Mamet 'gran cuvée', pero es rápida, brillante y muy divertida. Es obvio que se lo ha pasado bomba escribiéndola, y ese placer se contagia a los espectadores. Tres escenas, para una pieza de 1 hora y 40 minutos, que narran el reencuentro entre Anna, una dama de clase alta (cínica, brutal, esnob) de lengua larga y bolsa corta, y Claire, su joven amante, que acaba de volver de viaje. Anna tiene una buena noticia para Claire: ha conseguido un 'protector', que le ha regalado un espléndido collar de esmeraldas, y podrán vivir las dos de su dinero. Claire tiene una mala noticia para Anna: se ha enamorado de una mujer más joven, a la que planea seducir esa misma tarde... en el mismísimo salón de Anna, quien acepta la relación, a condición de poder asistir, escondida, al encuentro de ambas. La tercera en discordia es Catherine, una criada embarazosa (y embarazada), de la que no tardamos en intuir que sabe más de lo que aparenta. Tampoco tardan en descubrir las dos amigas que el 'protector' de Anna y el padre de la amante de Claire son la misma persona.
Dos. A partir de ahí, Boston Marriage se convierte en un combate, a picotazos, entre dos aves rapaces: crueldad, venalidad y sexo, bajo el barniz de una conversación elegante y refinada. Como un relato de Henry James rociado de vitriolo, la función gira en torno a los temas eternos de Mamet: el engaño como eje de las relaciones, el lenguaje como caparazón y como arma. Con la nota, insólita en él, del final feliz: el amor triunfa sobre la codicia. Su estructura también es puro Mamet: el autor se deleita en sembrar falsas pistas y romper las expectativas del público con continuos giros de la trama y revelaciones sucesivas que mantienen el interés en estado de efervescencia. En manos de otro autor, Boston Marriage se quedaría en un simple ejercicio de estilo: Mamet consigue que, sin dejar de reírnos por el artificio de diálogos y situaciones, nos preocupemos realmente por la suerte de sus personajes.
Anna es la extraordinaria Zoe Wanamaker que aquí da una impresionante lección de comedia: menuda, ojos de ardilla voraz, con la rapidez sonámbula de una maestra zen, coloca frases y gestos como quien deja caer copas imaginarias, y deja percibir, bajo la capa de sofisticación y cinismo, a una mujer que envejece y tiene pánico a la soledad. Anna Chancellor es eficacísima, pero demasiado consciente de sus efectos: lo que en Wanamaker es fluido en ella es construcción. Lindsey Marshal, una espléndida debutante, es la criadita, con un momento supremo: la canción árabe que improvisa mientras, a telón corrido, el salón se convierte en una gozosa parodia de interior oriental.
Tras el éxito del montaje inglés ( hasta el 16 de febrero, aunque es muy posible que prorroguen), la producción española se estrenó en Toledo el pasado mes de septiembre y pronto llegará a Madrid: dirige José Pascual, con Blanca Portillo (que debutó a sus órdenes en aquella memorable Oleanna) como Claire, Kitty Manver como Anna y Nuria Mencía en el rol de Catherine.
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