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Crítica:TEATRO | 'EL TRIUNFO DEL AMOR'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Juego y crueldad

Una de las primeras palabras que aprendí del idioma francés fue marivaudage, escrita en el prólogo de una traducción antigua de esta obra, en edición y por escritor que no recuerdo. Estaba tomada del nombre de Marivaux, y aún significa juego de galantería 'delicada y rebuscada' (Robert).

En tiempos del autor se aplicaba a su teatro y al parecido como una cierta burla: se oponían sus juegos al sentido rebelde y renovador de los enciclopedistas: tuvo la desgracia de que su candidatura a la Academia Francesa entrara en lucha con la de Voltaire, que perdió. Su teatro fue menospreciado, y tardó muchos años en recuperarse; hoy es un autor representado en todo el mundo, a pesar de las dificultades de su traducción: es la sutileza, el juego irónico, la ternura y, cómo no, la crueldad matizada los que aparecen no sólo en su acción, sino en su idioma.

El triunfo del amor

De Marivaux, traducción de Mauro Armiño. Intérpretes: Lilian Caro, Patricia Ortega Cano, José Olmo, Amparo Marín, Iñigo Echevarría, Víctor Benedé. Escenografía: Tomás Muñoz. Vestuario: Pedro Moreno. Iluminación: Gloria Montesinos. Dirección: Adrián Daumas. Sala Francisco de Rojas, Circulo de Bellas Artes, Madrid.

La última vez que le había visto representado fue en Broadway, convertido en musical, y me pareció mal. Ahora está en las carteleras españolas una versión cinematográfica. Su actual traductor, Mauro Armiño, insiste en la crueldad y en la amargura de la obra; es más perceptible en el libro (Austral, Espasa) y en su extenso y erudito prólogo que en esta representación.

La fábula es la de una mujer vestida de hombre -una de las esencias de su obra es la de aparentar lo que no se es: amo por criado, mujer por hombre- que enamora a tres personas: dos hombres que la saben mujer, una mujer que la cree hombre. Es ella la que maneja la triple situación, y la que al final decide la situación, mientras la tristeza desciende sobre los demás en una especie de isla desierta que el decorador ha construido en el escenario. Con más tristeza graciosa, reparable, que aplastados por el daño de la mujer cruel.

La representación de Daumas insiste más en la ligereza. Con alguna otra contradicción: en un escenario a la japonesa, de colores planos y líneas delicadas, incluso con algo del vestuario a la manera asiática, los personajes no tienen la calma sugerida, sino que corren continuamente, a veces sin moverse del mismo sitio; están más teatralizados, más esquematizados a la manera de la farsa, de lo que se desprende de sus sutilezas y de sus juegos. Como el escenario está construido sobre tablados huecos, el ruido de las pisadas veloces y entrecortadas llega a molestar la acción.

Exceso de movilidad

La primera actriz que domina esta obra -creo haberla visto en París a Madeleine Rénaud-, Lilian Caro, tiene la presencia y la soltura, la calidad de voz y la frecuencia de matices como para un papel tan difícil, aunque también la perjudica el exceso de movilidad. Todos, en realidad, están bien. Daumas es un director que va ascendiendo poco a poco y este marivaudage es un paso más. En el estreno, el público estuvo muy satisfecho: Daumas recibió el premio a su trabajo, junto a los actores y actrices, y Lilian Caro vio premiados su trabajo y su dedicación.

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