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Crítica:CRÍTICA | TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Personas sin permiso

Eddie Carbone, uno de los personajes más complejos del teatro contemporáneo, no es sólo un serio aspirante con problemas a desear oscuramente una relación edípica con su joven sobrina. Antes que eso es un inmigrado más entre los estibadores que trabajan cuando pueden en los muelles neoyorkinos, aunque más establecido que los que siguen llegando en el flujo continuo de quienes buscan su oportunidad. Como es habitual en los dramas, casi todos impecables de construcción, de Arthur Miller, también aquí la anécdota inicial tiene un carácter doméstico, casi costumbrista, hasta que va desarrollándose una espiral de -digamos- acontecimientos sociales que pondrá de manifiesto la insuficiencia del personaje trágico para hacerse cargo de su propia situación. También, como casi siempre en Miller, sobran quizás bastantes minutos en la minuciosa preparación del primer acto, destinada a sugerir lo que se avecina y relatado con una delectación a veces tediosa y previsible.

Panorama desde el puente

De Arthur Miller, en versión de Eduardo Mendoza. Intérpretes Helio Pedregal, Chema Muñoz, Alicia Sánchez, Nerea Barrios, Víctor Villate, Paco Ureña, Israel Frías, Pedro Alonso, Pepe González, Tino Fernández, Angel Ramos. Iluminación, J. Gómez Cornejo. Vestuario y escenografía, Andrea d'Odorico. Dirección, Miguel Narros. Teatro Principal. Valencia.

Todo este material, diseminado en el texto como un mecanismo de relojería con un segundero que funcionara a saltos, está repleto de esas clase de matices que apuntan a asuntos diversos y hasta diferentes, con una precisión de diálogo que, según la tradición, hace del dramaturgo también un gran escritor, aunque tenga para ello que desdoblar la capacidad de observación de sus personajes, perdida por el destino escénico la facultad omnisciente.

Miguel Narros -sobre una escenografía de Andrea d'Odorico, su colaborador de siempre, que es magnífica en el diseño de la proximidad de lo que ocurre delante y la negra espalda de los grandes edificios del centro de la ciudad como la sombra casi de amenaza que planea sobre la humildad de los protagonistas, a punto de ser tragados por todo aquello que los excede- ha entendido perfectamente que la explosión del segundo acto requería de la parsimonia del primero, donde las tensiones se acumulan sin resolverse y las líneas de fuerza tienen la potencia del anuncio de la tormenta inminente. Helio Pedregal se crece en su actuación a medida que se clarifica su conflicto, con una notable Alicia Sánchez de compañera, y con el concurso de un creíble Chema Muñoz como narrador fingido que juega con el ritmo de los acontecimientos. El resultado es notable, estremecedor en algunos de sus momentos mejores, y muy alejado -por texto y por diseño de producción, por su atenta dirección y por el trabajo de los actores- de esas chucherías de culebrón televisivo que se van adueñando de los escenarios. Hay que verla.

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