Desde el corazón de las tinieblas
El poeta granadino Pedro Soto de Rojas, amigo y admirador de Góngora, es el autor de un sugerente libro con un no menos sugerente título: Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos. Viene a cuento a propósito de la música que compuso Debussy para su drama lírico Pelléas et Mélisande. La pregunta es inmediata: ¿Es un paraíso cerrado o un jardín abierto? Por lo visto y escuchado en el Real el pasado sábado, la respuesta no admite dudas. El jardín se impone al paraíso. Lo que habría que matizar es si este jardín es para pocos o para muchos. Pero, en fin, eso es otra historia. La buena nueva es que el Real ha dado el máximo de sí mismo otra vez con una ópera del siglo XX erizada de dificultades. Ha alcanzado su velocidad de crucero, qué paradoja, cuando no están para celebrarlo Juan Cambreleng y García Navarro, los programadores de este colosal espectáculo. Así es la vida.
Pelléas et Mélisande
De Claude Debussy, basado en un drama de Maeterlinck. Con Simon Keenlyside, María Bayo, Jean-Philippe Lafont, Franz- Josef Selig, Birgitta Svendèn, Fabiola Masino y Juan Tomás Martínez. Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección musical: Armin Jordan. Dirección de escena: Patrice Caurier y Moshe Leiser, realizada por Renée Auphan. Producción del Gran Teatro de Ginebra. Teatro Real, Madrid, 12 de enero.
La representación fue espléndida, en primer lugar, por la adecuación del reparto vocal a sus personajes, y en particular por un trío protagonista (Keenlyside, Bayo, Lafont) que se recreó en la excelencia. Keenlyside ha bebido en las fuentes monteverdianas y eso se nota en su virtuosismo declamatorio. Su timbre es cálido y bello, su tesitura de barítono lírico ideal para Pelléas. Dice, frasea, con elegancia. Y teatralmente hace evolucionar a su personaje con agudeza y precisión. María Bayo hace de Mélisande una de sus grandes creaciones operísticas. Su timbre es luminoso, la dicción es clara. Domina sobradamente la fonética, la prosodia francesa, la emisión de las vocales cerradas. Es un tipo de canto que exige mucha sutileza y Bayo la posee. Teatralmente está sublime. Su Mélisande se mueve entre el ensimismamiento, la ambigüedad y el misterio, pero no es un personaje etéreo y mucho menos místico. Sufre. Y ello repercute en la dimensión humana. Es emocionante su 'No tengo valor, no tengo valor', al final del cuarto acto después del asesinato de Pelléas, y escalofriante toda la escena de su muerte. Pero por encima del canto y de la teatralidad está su condición de artista, de gran artista. Lafont completa este trío prodigioso. Tiene credibilidad en todo lo que hace, instinto dramático y sobre todo esa inconfundible y sabia línea de canto francesa en la construcción de las frases, en su intencionada acentuación. Posee una técnica primorosa, pero no se nota. Está al servicio del dibujo de su complejo personaje. Trío, pues, de lujo, eficazmente complementado por un sobrio Arkel de Selig, una serena Geneviève de Svendén y un inquietante Yniold de Masino.
Armin Jordan sacó un sorprendente rendimiento de la Sinfónica de Madrid. La orquesta salió más que airosa en el desarrollo de una música que se está haciendo y deshaciendo continuamente, pero por encima de todo se mostró muy incisiva en la creación de atmósferas poéticas y en la definición dramática. Con todo ello se erigió en un elemento fundamental de la representación, facilitando la comprensión de todos los problemas que se están cruzando continuamente en escena: la dialéctica entre la verdad y la mentira, la lucha entre la oscuridad y la luz, los conflictos existenciales de los personajes.
La producción escénica venía de Ginebra. Caurier, Leiser y la realizadora Auphan se centran en la evolución teatral de los personajes y en el equilibrio entre la carga onírica de Mélisande frente a las convenciones de un universo burgués impreciso temporalmente al comienzo y más bien cercano a la época en que se compuso la obra en la resolución final. La austera iluminación potencia las claves simbolistas de la historia y hace milagros en los mecanismos de fascinación ambiental. La luz, en efecto, describe. Y los diferentes elementos escenográficos dan pistas: el agua, la barca, el caballo blanco, los sillones. Nada imposibilita una lectura abierta. Es una concepción inteligente y persuasiva, muy diferente a la abstracción poética de Wilson, al dramatismo kafkiano de Wernicke, al despojamiento de Brook, al hiperrealismo de Marthaler, a la intelectualización de Strosser o al, en cierta medida, didactismo de Stein, pero es igualmente válida e intuitiva en la exploración de un mundo teatral y musical inagotable.
22 años después de la última actuación operística en escena de Victoria de los Ángeles como Mélisande en La Zarzuela, y 12 años después de una versión de concierto en el Monumental, ambas dirigidas por Ros Marbá, volvió esta obra mágica a Madrid. Con éxito. El jardín está abierto. No pierdan la oportunidad de sumergirse en este riquísimo y envolvente universo artístico. Pueden pasar muchos años antes de una nueva oportunidad. Asistieron al estreno, entre otros, Teresa Berganza, Antoni Ros Marbá, Pilar del Castillo y Carlos Castilla del Pino.
Babelia
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