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Reportaje:CRÓNICA EN VERDE

El regreso de los alimañeros

El uso incontrolado de cajas-trampa ocasiona graves daños a la fauna protegida

En Andalucía, como ocurre en otras comunidades autónomas, existe una larga tradición en el uso de artes prohibidas para eliminar a aquellos animales que determinados cazadores, propietarios de cotos o ganaderos consideran perjudiciales para sus intereses. La presencia de cebos envenenados, cepos o lazos, prohibidos por la ley y sumamente peligrosos para un buen número de especies protegidas, disminuyó notablemente durante la década de los ochenta, aunque desde hace varios años los especialistas han advertido un nuevo rebrote de esta actividad.

En la mayoría de los casos es un fenómeno asociado a los cotos de caza menor, en donde se quiere evitar la competencia de zorros, perros asilvestrados y córvidos (urracas y grajillas), aunque también aparece ligado a zonas ganaderas que se ven afectadas por los ataques de perros asilvestrados.

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Rapaces de hábitos carroñeros, como el águila imperial, el buitre leonado, el alimoche, el milano o el buitre negro son las que mayores pérdidas sufren como consecuencia de estas prácticas, aunque en la nómina de animales afectados también aparecen el lince, la gineta, el meloncillo, la garduña o el tejón.

Al impacto que estas prácticas están causando en la fauna amenazada ha venido a sumarse el uso incontrolado de jaulas y cajas-trampa, un método que sí autoriza la Administración cuando un particular expone, de forma razonada, la existencia de daños asociados a la sobrepoblación de algunas especies no protegidas, como el zorro. Supuestamente estos dispositivos actúan de manera selectiva, pero en realidad se emplean de acuerdo a unos criterios poco definidos por la ley, criterios que, además, suelen incumplirse.

Cajas-trampa

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Miembros de Ecologistas en Acción llevan varios años examinando las repercusiones de este método en diferentes fincas de la provincia de Córdoba. Como detallan en un documentado informe sobre la cuestión, las cajas-trampa no actúan en exclusiva sobre las especies para las que están autorizadas, sino que en ellas 'se han encontrado desde un águila real a un turón'.

Como ejemplo, este colectivo cita el caso de la finca El Águila, situada en el interior del Parque Natural de Hornachuelos. El trampeo se realiza aquí de forma intensiva puesto que son alrededor de 50 las cajas-trampa distribuidas en toda la extensión del coto, emplazadas, además, en las zonas más atractivas para la fauna. 'Las visitas periódicas que venimos realizando a esta finca', explica Joaquín Reina, secretario de Conservación de Especies de Ecologistas en Acción, 'dan testimonio del devastador efecto que sobre las poblaciones de depredadores está teniendo este insistente trampeo, de tal modo que en la actualidad se hace casi imposible encontrar indicios de la presencia de especies protegidas como el meloncillo, el gato montés, la gineta o el lince'. Todas ellas frecuentaban este territorio, al menos hasta el año 1995.

Si bien es cierto que este tipo de artilugios no causan la muerte del animal que cae en ellos, la verdad es que, se trate o no de una especie protegida, difícilmente sobrevivirá a la trampa porque, como denuncia Reina, 'el responsable de la misma aprovechará el silencio del campo para ejercer de juez y verdugo'. En la mayoría de las ocasiones ni siquiera tiene que enfrentarse a esta disyuntiva ya que, si no visita la trampa a diario, como marca la ley, el animal morirá de inanición y estrés.

Lo que se esconde detrás de estas prácticas es la 'cultura del alimañero, tradicionalmente enquistada en buena parte del sector cinegético, que considera a los depredadores como competidores directos', argumento que la comunidad científica ha rebatido en múltiples ocasiones. La incidencia de estos animales en el rendimiento de un coto, sobre todo si es de caza mayor, es insignificante o nula. Aunque la información reunida por Ecologistas en Acción se refiere sobre todo a Córdoba, se tiene constancia de que el problema se manifiesta con idénticas características en toda Andalucía.

Por este motivo, y tras haber presentado múltiples denuncias ante la Consejería de Medio Ambiente, esta organización se decidió, a finales del pasado noviembre, a interponer una queja ante la Comisión Europea ya que, a su juicio, la Administración andaluza incumple la normativa comunitaria.

Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es

Ojos que no ven...

Ecologistas en Acción considera inexplicable que para autorizar una batida de caza destinada a reducir la presión que pudiera estar causando el jabalí en una zona agrícola sea necesaria la comprobación previa de esos daños, y que esto no se aplique a la hora de permitir las cajas-trampa para limitar la presencia de zorros, perros o gatos asilvestrados. En este caso, basta un simple razonamiento por parte del interesado, 'sin la más mínima comprobación, por parte de los técnicos competentes, de la veracidad de los hechos que fundamentan la solicitud'. Aún así, y tratando de incrementar el control sobre este tipo de dispositivos, la Delegación Provincial de Medio Ambiente en Córdoba estudia la adopción de ciertas medidas que podrían solventar algunas de las irregularidades denunciadas por los ecologistas. Las trampas, por ejemplo, deberían identificarse con un precinto, para evitar el empleo de más dispositivos de los autorizados, y su ubicación exacta tendría que fijarse en un plano a suficiente escala como para permitir una correcta localización. El titular de la autorización habría de cumplimentar un estadillo diario de incidencias para cada una de las trampas, documento que también firmaría el agente que procediera a la inspección. Los cebos deberían estar muertos, ya que animales vivos atraen a predadores protegidos, como el lince. En ningún caso la autorización rebasaría los tres meses. A juicio de los ecologistas, estas medidas, aunque pueden considerarse como positivas, no resuelven el problema. 'Están concebidas desde una clara ingenuidad, al estar su efectividad sometida a la buena fe del que instala la trampa, y este es un factor más que dudoso como demuestran los hechos'. Con los medios actuales, a la guardería 'le resultaría muy difícil, por no decir imposible, visitar y comprobar diariamente las trampas instaladas en cada coto.

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