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Crítica:CONCIERTO DE NAVIDAD
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Siempre nueva

Desde su última resurrección, la Sinfónica de Madrid interpreta por los días navideños la Novena Sinfonía, hábito que Frühbeck había impuesto desde que se hizo cargo de la Orquesta Nacional. En esta ocasión y para el XII Concierto de Navidad, ha dirigido el gran testamento beethoveniano Jesús López Cobos a la orquesta y coro de la formación que creó Fernández Arbós en 1903. Como siempre, la Novena por antonomasia convocó mucho público, capaz de llenar la sala grande del Auditorio.

Tiene esta obra una rara virtud: la de parecer nueva y sorprendente cada vez que se escucha y, a la vez, la de alzarse ante nosotros cual acontecimiento. Cada maestro, como es lógico, tiene su concepción de estos monumentales pentagramas sinfónicos que remata y enaltece el coro final sobre la Oda a la alegría, de Schiller.

Orquesta y Coro de la Sinfónica de Madrid

Solistas: Elisabete Matos, Silvia Tro, Hubert Delamboye y Peter Mikulas. Director del Coro: Martin Merry. Dirección general: Jesús López Cobos. Auditorio Nacional. Madrid, 27 de diciembre.

La visión de López Cobos madura su aprendizaje juvenil con Peter Maag y se cualifica por la belleza transparente del sonido y la renuncia a otra retórica que la que la sinfonía contiene y expresa de modo magistral. López Cobos torna más clásicos los mensajes ya románticos de la Sinfonía en re menor, pone orden y claridad en todo sin hacer vendaval de lo que es pura, honda y trascendente expresión musical. Incluso los tiempos están medidos con sumo cuidado y relacionados entre sí para que los setenta minutos que la Sinfonía torna emocionantes se unifiquen en una idea total, en una larga llamarada iluminante, con el gran reposo del Adagio molto e cantabile o la irrupción del magnífico scherzo superador de las fronteras y el sentido del término.

Tensión voluntariosa

Todo quedó dilucidado en la interpretación del maestro zamorano, al que sirvieron con tensión voluntariosa instrumentistas, coro y solistas. Las ovaciones se multiplicaron tras la hora larga de conmoción más que de convulsión.

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