La paradoja de Juninho
El media punta brasileño se rehabilita en su país, pero el Vasco da Gama no le paga, el Atlético ya no le quiere y otros clubes ven cara su ficha
La página oficial de Juninho en Internet, Juninho.co.uk, aparece desmantelada por 'un problema de cash flow'. No hay liquidez en el bolsillo del futbolista brasileño para invertir en publicidad. El universo virtual se hace, pues, eco de la realidad más prosaica del centrocampista, que desde 1999 vive una especie de exilio, lejos del Atlético de Madrid, que todavía tiene su pase, pero que no parece entusiasmado, ni mucho menos, con la idea de recuperarle para su plantilla.
Su última gran noticia es que ha interpuesto una demanda al Vasco da Gama reclamándole los cerca de 1.400 millones de pesetas que le debe. Pero el presidente del histórico club, el polémico Eurico Miranda, le desdeña. Hace apenas dos semanas despidió precisamente con una frase despectiva al media punta que en el curso pasado hizo un trabajo fundamental para que su equipo pudiera obtener el campeonato: 'El caso Juninho ha muerto. Que tenga suerte en otro club'.
La celebridad de Osvaldo Giroldo, Juninho (São Paulo, 1973), alcanzó su pico en julio de 1997, cuando, tras brillar en el Middlesbrough, en la Premier League, fichó por el Atlético. La noche que se cerró el contrato, su valedor, el técnico yugoslavo Radomir Antic, brindó por el éxito de la adquisición. '¡Es mucho mejor que Simeone!', proclamó. Pero desde entonces la menuda figura de Juninho comenzó a diluirse entre lesiones, fobias y entrenadores sin la suficiente paciencia para comprender sus avatares. Cuatro años más tarde no encuentra club.
Juninho sigue perteneciendo al Atlético en función de un contrato que expira en junio de 2002. Pero desde 1999, cuando emigró repudiado por el preparador italiano Claudio Ranieri, ha dado tumbos cedido a conjuntos ingleses y brasileños. De entrada, volvió al Middlesbrough, en el que había triunfado en su día, pero esta vez sólo para la desazón de sus antiguos fans. Los mismos hinchas del norte industrial inglés que le votaron en 1997 como el mejor jugador de la historia del club consideraron en su gacetilla Fly me to the Moon que no merecía la pena pagar los 2.000 millones de pesetas que el Atlético pedía por él. Hasta el técnico que le trajo a Europa, Bryan Robson, le dejó en el banquillo porque 'no creaba suficiente juego'.
A Río de Janeiro 'para recuperar la forma perdida', se dijo Juninho. Ésa fue, en efecto, su siguiente parada. Y acertó. Pero el regreso a su país, más que promoverle con vistas a su reintegración en el fútbol europeo, le ha hecho víctima del caos financiero y organizativo en el que se desenvuelve en él su deporte. El Vasco aceptó su cesión, pero luego no cumplió los pagos acordados con él. Así que el Atlético, como responsable subsidiario, no ha tenido más remedio que reclamar ante la FIFA.
Además de abrir una pizzería, Juninho ha recuperado en Río gran parte del nivel que le convirtió en el mejor futbolista de la Liga brasileña en 1995, cuando militaba en el São Paulo. Al correr, driblando en los tres cuartos, emula de nuevo a su héroe de siempre, Zico. Y ya no gira la cabeza para vigilar su espalda, ese tic que le lastró después de que Michel Salgado, entonces en el Celta, le rompiera el tobillo izquierdo en el estadio de Balaídos: pasó miedo durante muchos meses cada vez que saltaba a un rectángulo de juego.
El seleccionador brasileño, Luiz Felipe Scolari, le considera ahora uno de sus predilectos para disputar la Copa del Mundo de Corea y Japón 2002. Siempre que juegue, claro. Porque el Vasco, en el que acompañó a Romario, dejó de pagarle. Y su padre, Osvaldo, negocia desde hace días con el Flamengo y el Juventus un contrato difícil de asumir: 200 millones de pesetas de sueldo y dos meses sin poder contar con él porque se espera que Scolari le convoque para jugar varios encuentros amistosos internacionales antes de la gran cita asiática.
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