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DON DE GENTES
Columna
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Por la boca muere el pez

Elvira Lindo

SI HAY ALGO que bastantes neoyorquinos dominan a la perfección, aparte del inglés, es el patinaje. Otros están como yo, que ni una cosa ni la otra. En el inglés tengo el nivel (actualmente) de un taxista sij al que le dices, un ejemplo: 'Por favor, a la 42 y la Quinta Avenida', y él te lleva a la 24 con la Tercera. Aunque nunca llegas a saber muy bien si es que el hombre tiene un nivel lamentable o si es que el turbante no le deja oír. Me escribe una señora profesora para decirme que siempre trato a las otras culturas como con esa especie de asombro antiguo que había antes hacia lo exótico. Pues claro que sí, señora. A mí no deja de asombrarme que haya alguien que pudiendo llevar el pelo al vent se enrolle una sábana de matrimonio encima de la cabeza. Y cuidado, que a mí los turbantes (con tal de que los lleve otro) me encantan. Conste que también me escriben lectores que me quieren (uno, dos...), pero una sólo se acuerda de lo que le molesta (es el temperamento de una). Con los lectores descontentos había que quedar en la calle, qué leche, en la puerta de EL PAÍS. Tanto defensor del lector, tanto defensor. Cuánto miramiento. Y no lo digo por Camilo Valdecantos, cuya sección instruye a la par que entretiene. Hablando del exotismo, me leí, por cierto, un artículo en The New York Times (empleé un día en ello) en el que se decía que el célebre multiculturalismo no ha servido en la práctica para nada, cada cultura ha seguido estando tan ajena a la otra como antes (o más); cada sexo, más alejado del otro; cada raza, en su cubilete, y pocas universidades americanas consideran obligatorio el dominio de un segundo idioma. Esto me hace acordarme de una cosa que le oí decir a la flamante subganadora del Planeta de este año, Marcela Serrano, en una cena: 'Yo ahora ya sólo leo novelas escritas por mujeres'. Olé. Claro que también es verdad que dicha tontería la dijo en privado, otros escritores aprovechan para crecerse cuando tienen un micrófono delante. Yo, que ante la lejanía me he hecho internauta, pude leer guindas como las que decía Fernando Vallejo, el escritor colombiano, que soltó algo así como 'no hay visión más repugnante que la de una mujer embarazada' o 'eso del narrador omnisciente, que lo sabe todo, es una tontería, cómo va a saber un solo narrador lo que les pasa a todos los personajes'. En un momento se cargó la historia de la humanidad y la historia de la literatura. Lo malo de esto es que dichas boutades las repite cada vez que le hacen una entrevista, con lo cual uno desea que avance cuanto antes la investigación de células madre a fin de renovar un poco las neuronas en ciertos cerebros que están pidiendo a gritos una donación. Seguí viajando por Internet y me encuentro con que Lobo Antunes dice que en la historia de la literatura sólo en dos ocasiones se ha conseguido que una escena erótica esté bien escrita. En dos sólo: ni una más ni una menos. Qué controlazo tiene Lobo. Da la impresión de que se ha pasado la vida buscándolas con lupa. Digo yo que alguna más habrá desde el Cantar de los Cantares. Y cuidadito, que esta que les escribe no se libra de haber dicho cosas por las que tendrían que haberme llevado a un juzgado de guardia (aparte de este artículo). En una ocasión, un periodista me preguntó: '¿Terminar un libro es como parir?', y yo dije, muy segura de mí misma: 'Sin lugar a dudas'. Y eso después de haber vivido en mis propias carnes la experiencia de parir. Hay que ser imbécil.

Pero lo que venía a contar es que no sería tan raro ver a Woody Allen patinando alrededor del árbol del Rockefeller Center tal y como salía en el anuncio que animaba a visitar la ciudad. En Nueva York se pierde la vergüenza, gracias a Dios. También es fácil encontrarse al cónsul de España, Emilio Casinello, hombre atractivo donde los haya, en Central Park, disfrazado con su casco, sus guantes y su de todo, y subido a unos enormes patines. Casinello me advirtió: 'Mantener el equilibrio es fácil, lo complicado es frenar'. Eso me pasa a mí hasta sin patines cuando salgo de los restaurantes. También es fácil encontrarse a Tony Bennett en bici. 'Hola, Tony, ¿cómo te va?', le saluda la gente. Y Tony sonríe bajo su inmensa nariz italiana. Fuimos a verlo al Radio City Music Hall a pesar del miedo a una intoxicación bacteriológica. Si hay que morir, ¿no es ese teatro el mejor escenario del mundo, y la voz de Tony, música celestial? A Tony no le ha ocurrido como a Sinatra, que acabó haciendo unos discos de duetos absurdos; él ha sacado un disco de dúos con B. B. King, Diane Krall, Stevie Wonder..., que hasta un sij se quita el turbante. En el Radio City siente uno nostalgia de la elegancia de los años cuarenta y de la música de entonces. Ésa fue mi gran despedida de Nueva York. Al día siguiente había que volver. Cuando pisé mi Madrid me fui al Hispano a comer porque sé que me dan Bloody Mary y un par de huevos Benedict con un aire de brunch neoyorquino que me curan de una nostalgia que ya tengo. Allí me encuentro a un tipo al que he saludado dos veces en mi vida. Me pregunta por cómo he vivido la tragedia. Pero no he dicho ni dos palabras cuando me interrumpe para reñirme: 'Oye, oye, qué sentimentaloide te has vuelto. A ver si ahora vas a empezar a escribir artículos proamericanos'. No cabe duda ninguna: estoy en España.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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