Violencia
Una guerra es siempre la madre de todas las guerras. Tenía razón Sadam Hussein, el dictador iraquí de ayer y hoy, cuando afirmó hace 15 años que su guerra con los norteamericanos iba a ser la madre de todas las batallas. Aunque no tenía un ejército peligroso, como se nos hizo creer, y la guerra fue un videojuego navideño para los bombarderos occidentales, la violencia engendró violencia y aquellos episodios gloriosos acabaron por inventar el fantasma del enemigo árabe. No sabíamos entonces que Bush padre iba a ser el padre de todos los guerreros del mundo, pero su hijo ha vuelto a enfrentarse con una guerra que volverá a ser la madre de todas las guerras. Mañana brotará el fuego una vez más y quemará otras ciudades, otras torres, otros cuerpos. Siempre ha sido así, porque la piel de la Historia es humana, demasiado humana, y una gran parte de nuestra imaginación la hemos invertido en elaborar razones que justifiquen la violencia. Matamos porque, además de buenas personas, somos asesinos. El mundo somos nosotros, y nosotros somos ese vecino encantador, respetuoso, que un día, ¡quién lo iba a pensar!, pierde la cabeza y mata a su mujer y a sus tres hijos. La guerra se parece cada vez más a lo que siempre ha sido, una violencia civil, un asunto de malos tratos. La propaganda militar de los buenos vecinos habla de batallas largas, terrenos insondables, trampas mortales, armamentos sofisticados, peligro, y luego todo resulta un juego en el que no muere ninguno de los heroicos soldados de la libertad. Como en los tiempos de paz, las víctimas son civiles, niños quemados, mujeres maltratadas, periodistas asesinados. Las profecías del miedo son la excusa de las reacciones injustas.
La guerra es la madre y el padre de todas las violencias, de cualquier violencia. Los buenos vecinos norteamericanos han calmado su impulso de venganza por la barbarie de Nueva York reorganizando la tradicional barbarie afgana. Quieren dulcificar su cólera, su orgullo herido y su miedo, convenciéndonos de que esta guerra se libra también por la libertad de las mujeres. Pero no es cierto; desgraciadamente esta matanza no servirá ni para acabar con el terrorismo, ni para devolverle la dignidad a las mujeres humilladas por el fundamentalismo islámico. La violencia criminal y económica se esconde detrás de las bellas banderas, igual que los canallas pueden esconderse detrás de un beso y una declaración de amor. También los sentimientos están globalizados y todas las formas de violencia tienden a unirse entre sí. Un piloto que lanza bombas sobre la población civil se parece más al vecino maltratador que al policía encargado de defender la seguridad de las mujeres. El acto más profundo contra la guerra, contra cualquier guerra, lo han protagonizado en Granada las mujeres que están luchando contra la violencia de género, las mujeres que han convocado a los hombres para combatir contra la barbarie doméstica. Pobres dioses del miedo y la impotencia, inventamos el fantasma del otro a nuestra imagen y semejanza, forjamos enemigos y hacemos de la intimidad un campo de batalla. Hay que vigilar al extraño que llevamos dentro, porque de él surgen los conflictos internacionales. La violencia es cosa nuestra.
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