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Columna
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Trinos

Baltasar, mi canario, está pletórico. El año pasado, por estas fechas, atravesaba la época de muda y enmudeció. Me tenía preocupado, y me decía a mí mismo si aquel silencio tendría realmente algo que ver con el terrible efecto del cambio de milenio sobre los pájaros, o si no se trataría de uno de sus caprichos, una de esas poses que suele adoptar para castigarme. Yo en un principio le quise llamar Beltsassar, que fue el nombre del profeta Daniel entre los babilonios, pero no más lo pronuncié, se me cayó redondo y me montó un numerito. No le gustaba, era evidente, no quería ser profeta ni intérprete de sueños. De modo que tuve que cambiárselo, y sin esforzarme demasiado pensé en el rey Baltasar, el de Mené, Tekel, Parsin, y en los grandes pájaros blancos de Poe gritando: Tekelili, Tekelili. Y parece que le gustó. Hasta lo vi aureolado con un penacho de orgullo, como una corona, y creí adivinar en su canto inmediato las notas de La Marsellesa, no sé si una burla o si una rememoración de Luis Felipe. Fuera como fuera, desde entonces él va de rey.

Su canto a veces se me antoja un ejercicio de soberbia. Yo llego, lo miro y él sabe. Si me ve un poco flojo, saca pecho, no sé si para contagiarme su alborozo o si lo hace para darme en las narices. Intuyo que, en el fondo, me quiere. Y sabe chantajearme con su silencio. Es consciente de que, si no lo oigo cantar, me invade una honda melancolía. En el inicio fue el verbo, pero luego sólo se oyó el canto de los pájaros, hasta que un orangután dijo una tontería. Y ese silencio de Baltasar me remite al inicio, y ausculto el verbo y percibo que las estrellas palidecen. Esta soledad del orangután, cazando ruidos de coches como fósiles, me perturba, y trato de hallar la causa de ese silencio amarillo, de esa música callada, que palpita mirándome desdeñosamente de reojo como si fuera yo el culpable de este fin del mundo. Entonces, recurro con frecuencia al teléfono como remedio de todos los males.

En cierta ocasión, tuve la ocurrencia de ponerle a Baltasar al teléfono para que intercambiara sus trinos con Cuqui II, que no es ningún pelotari, sino el canario de una amiga. La cosa le gustó y desde entonces sé que, cuando el fin del mundo se instala en su pico, tengo que recurrir a Cuqui para que el Edén reverdezca de nuevo. En esos casos, le acoplo el auricular a su jaula y lo escucho. Y a fuerza de escuchar, descubrí que su repertorio de tonos y melodías se multiplicaba mientras hablaba con su amigo, y un día le entendí perfectamente, le entendí, sí, dijo: He visto pasar a los de Lizarra bajo mi balcón y eran mogollón. Debí de silbar, y hasta debí de subirme a una silla y batir las alas, digo los brazos, porque el rey cruel dijo entonces, y también le entendí: Mira, el profeta se cree Elías. Le colgué de inmediato el teléfono y lo castigué sin alpiste.

Le perdoné, como siempre, pero desde aquel día no desperdicia ninguna ocasión para intercalar con sarcasmo lo de 'Elías, perdón, digo...' mientras participo en sus conversaciones con Cuqui II. Cuando tiene que hablar y me amenaza con el desierto, yo recurro al teléfono supletorio y me presto a sus exigencias. Anteayer les tuve que leer el artículo de Emilio Guevara La elección del lehendakari, que les gustó mucho, y Cuqui II dijo que eso de la independencia sería como renunciar al teléfono y quedarse en la jaula cantándole al lucero del alba. ¿Qué opinas tú, Elías, digo...?, me preguntó Baltasar, invitándome a continuación a formular alguna profecía. Pero fue él quien profetizó, dejándome con la palabra en la boca, y soltó algo así como: Se abrirá la jaula cuando calle el maula; ahora está cerrada y el loco en cencerrada; mucho humo y poco zumo. Rubricó la faena diciendo que como el polvo serán las palabras barridas por el viento, y que Euskadi será lo que es, un país en el que a la gente esas cosas le importan en realidad un carajo.

Beltsassar, le dije con orgullo. Pero cometí un error, porque ya no se conforma con sus conversaciones con Cuqui II, sino que me lo encuentro todas las mañanas tumbado boca arriba con las patitas replegadas, como muerto, y no se incorpora hasta que no le he contado mis sueños nocturnos. Ayer soñé que... Su interpretación fue: Elías, tienes síndrome de Estocolmo, como todos, ¡y es que vuestro canto es tan monótono!; vasquizáis demasiado. Luego se puso a dar saltitos y entonó, lo juro, el Maritxu nora zoaz. El don de profecía, ¡ay! También él...

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