Triste y pobre
Don Juan Tenorio parecía una obra indestructible: no lo es, y la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el director Alfonso Zurro han conseguido esa difícil aniquilación. El Tenorio se ha representado cientos y cientos de veces en el último siglo; se han cometido con él toda clase de errores, hay anécdotas a docenas, y, sin embargo, siempre ha tenido brío, ímpetu, fanfarronería, pasión, cinismo: una fuerza dramática organizada en torno a un verso cuyos ripios le han dado más valor, cuyo lirismo ha sonado con emoción; y ha intentado una solución teológica que era prácticamente posible, dentro del refinado y extravagante mundo de la religión que era la de que el pecador máximo encontrara el perdón extremo en un acto de contrición y ayudado por la doncella a la que había llevado a la perdición y la muerte.
Don Juan Tenorio
De José Zorrilla. Intérpretes: Héctor Colomé, Luis Varela, María José Goyanes, etcétera. Versión y dirección: Alfonso Zurro. Teatro de la Comedia.
En la versión de Alfonso Zurro, con antiguos actores que, sin duda, lo han representado otras veces y en muchos papeles, se consigue un decorado pardo y oscurecido y filtrado, y unas voces que, si bien pronuncian y matizan, están en un tono oscuro y lento, lo mismo para la gran amenaza que para el susurro de amor. Los malditos se convierten en ayudantes de escena esforzados y metidos en cabezas de animales, y una banda de viento que suena muy bien coloca pasodobles de toreros de pueblo. Se puede creer que Zurro haya ideado todo esto para servir al Tenorio con una idea propia; pero es más fácil suponer que las tenía aparte y las ha ido colocando en esta obra como podría haberlo hecho en otra cualquiera.
No hablo de los actores. El nombre de cada uno de ellos es un elogio; pero el mal tratado de la dirección les reduce mucho.
Tuvo los aplausos corteses y solidarios propios de un estreno.
Babelia
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