Lociones y baños milagrosos
El coleccionista Carlos Velasco expone carteles antiguos de publicidad en la Universidad Rey Juan Carlos
Las tiendas de ultramarinos, las pastillas del doctor Andreu para la tos, el detergente Persil y la máquina de coser Singer forman parte de la memoria colectiva, pese a no figurar con laureles en los libros de Historia de España. El coleccionista Carlos Velasco ha conseguido, con la complicidad de los responsables de la Universidad Rey Juan Carlos, que la tropa de jóvenes que puebla los campus de Alcorcón y Fuenlabrada se familiarice con símbolos populares de los tiempos de sus padres, abuelos y hasta bisabuelos. Sí, porque entre el centenar largo de carteles publicitarios expuesto en los edificios de gestión de esta joven universidad pública hay ejemplares de finales del siglo XIX y principios del XX.
El cartel más antiguo data de 1870 y representa un barco de vapor de las Compañías Catalanas. 'Fue el más difícil de conseguir; los dueños no me lo querían vender, porque le tenían mucho cariño', comenta Carlos Velasco, un profesor de Economía de la Universidad Nacional de Educación a Distancia que un día enfermó de coleccionismo y empezó a hacer acopio de antiguallas. 'Yo he sido siempre coleccionista de casi todo, de sellos, cerillas, banderines, vitolas', explica. Aunque fue investigando sobre los años cuarenta cuando le entró la fiebre por los carteles publicitarios, en 'aquellos tiempos de autarquía, de hambre, donde los anuncios cumplían un papel fundamental', dice.
Los alumnos de la Rey Juan Carlos y, en general, cualquiera que quiera acudir a los campus de esta universidad pública en Alcorcón y Fuenlabrada (la entrada es libre) podrán imaginar cómo era la época en la que el Banco Central utilizaba como reclamo publicitario a un tipo con brazos fuertes de labrador que esparcía monedas en lugar de semillas por entre los surcos de la huerta (1930). O la sensación que debía de producir la luminosidad de la lámpara Wotan (de Siemens), capaz de impresionar al mismísimo caballo alado Pegaso.
La exposición de carteles recopilados por Velasco aporta un poco de pasado a los modernos edificios de gestión de la Rey Juan Carlos: los de salud e higiene, en Alcorcón, y los relativos a la ciencia y la tecnología, en Fuenlabrada, con unos 60 ejemplares en cada campus. Hasta el viernes, el visitante puede percatarse de que la historia se aloja incluso en productos que se suponen tan efímeros como los publicitarios. El público de Fuenlabrada verá el estilo burgués que irradiaban anuncios como los de Nazario González-Seco, de recambios y accesorios para automóviles, donde mujeres con pantalones y pañuelo playero a modo de diadema se apoyaban con desgana sobre los coches. Verán rarezas como el partehuevos de Pralim (1950), la palomilla plegable (percha y cepillo juntos, 1940), el vaciador Ras (para tuberías obstruidas, 1950) o los polvos Pinós, que hacían poner a las gallinas 'mucho más' y que una pareja de campesinos compraba en casa J. Menéndez Álvarez.
La utilización del físico como atractivo publicitario tiene un precedente tempranero en los Macizos Delta (1930), que muestran a un joven con el torso descubierto. La máquina de escribir Continental (1930) recuerda que tuvo tiempos dorados, que no siempre estuvo arrinconada por el ordenador; aparece como 'la máquina predilecta', en un color negro imponente, tanto que la joven del cartel la mira alborozada con las manos juntas y, a su lado, un tipo con pipa (¡el jefe!) pone cara de suficiencia. A pocos metros, un niño pequeño con cara de muñeca Mariquita Pérez enseña las suelas de sus 'calzados vulcanizados La Cadena', los zapatos 'con los que mejor anda', según reza la publicidad (1950).
La radio Philips (1960) rescata los tiempos en los que 'la alegría de vivir' no era patrimonio de la caja tonta; en un cartel de Radio Biarnés aparece toda una familia volcada sobre el aparato esperando el combustible para lanzar a volar la imaginación. Están los relojes Hispano-Inglesa (1930), promocionados por un tipo con bigotillo finísimo, a lo Robert Taylor, y una mujer con un tocado al estilo hollywoodiense. Y no falta ni un cartel con el sumario del NoDo (1961), que anima a contemplar 'al hombre pájaro en acción, el XXV aniversario del asesinato de Onésimo Redondo y Franco presidiendo la inauguración de un monumento al héroe y mártir'.
'Cicatrices viciosas'
La exposición de Alcorcón recupera carteles tan memorables como el de los baños minero-medicinales en el Real Sitio de La Isabela, en Sacedón (Guadalajara). El anunciante recomienda un bañito, trago o inhalación para 'las cicatrices viciosas de toda clase de heridas producidas por armas, en particular las de fuego, para el Baile de San Vito y para la histeria esencial'(1900). El inventor José Rodríguez Orgiva deja patente que los faroles publicitarios no son nuevos: él comercializa la loción capilar Urania, que propicia 'la resurrección del cabello; con un solo frasco y en el primer mes de tratamiento hace nacer el pelo en las calvas y en pocos días detiene su caída y hace desaparecer la caspa y la grasa del cuero cabelludo' (1910). Por cierto, que el frasco costaba 15 pesetas. Por algo menos de la mitad vendía el doctor Raspail sus polvos dentífricos blanqueadores (1910).
Y los propietarios de las Especialidades Vengen para el ganado no tenían reparo alguno en avisar a los compradores despistados: '¡Ojo con las imitaciones; vuestro veterinario conoce los productos Vengen y vuestro farmacéutico los vende!'.
Carlos Velasco empezó a coleccionar carteles antiguos en 1993 y ahora acumula 'unos 3.000'. Empezó pululando por el Rastro madrileño y, al poco, ya estaba metido en el circuito habitual de usuales de las librerías de viejo, intermediarios que rescatan objetos de las casas que se derriban y otros aficionados a la compraventa. Velasco lamenta que el coleccionismo de carteles sea considerado 'un género menor' y cuenta que el precio de adquisición varía de 1.000 pesetas a medio millón, según los años, el material y el número de ejemplares que queden.
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