Un vitoriano en Vitoria
Un 'diez' clásico surgido del equipo rival y curtido lejos de casa
El domingo, poco más a o menos a las cinco y cinco de la tarde, Pablo, jugador del Alavés, encontraba otro lugar vacío para instalar a su equipo en la gloria. Su gol al Celta supuso, al final, la mejor clasificación de la historia del Deportivo Alavés, apodado El Glorioso: la segunda plaza de la Primera División española.
Un asunto tan histórico debía corresponder, obvio, al único alavés de una plantilla que aglutina futbolistas de ocho nacionalidades. Vitoriano con pedigrí, él no necesita enseñar su DNI para acreditar su origen. Le basta con citar su nombre completo: Pablo Gómez Ortiz de Guzmán.
Y, sin embargo, Pablo no es un producto típico de la cantera alavesista: surgió del Aurrera de Vitoria, el otro equipo de Álava, el rival, y no vistió la camisola albiazul hasta la temporada 1995-1996, ya con 25 años, tras haber dejado su sello en el Lleida, el Rayo, en el que debutó en Primera ante el Valencia, y el Valladolid.
Curiosamente, Pablo se fue del Lleida el año que llegó Mané y consumó su primer milagro: ascender al equipo catalán a Primera. A la segunda fue la vencida. Pablo y Mané se encontraron al fín en el Levante. El jugador había dejado el Alavés por motivos económicos y Mané llegó al Levante, que anunciaba nuevos bríos. Ambos duraron un año y emprendieron viaje a Vitoria para vivir un recital de milagros juntos: la semifinal de la Copa del Rey, el ascenso a la Primera División, la clasificación europa y la final, perdida, de la Copa de la UEFA.
Nada ha cambiado para Pablo, un tipo tímido, reservado, distante con los medios de comunicación y con una zurda milimétrica. Un diez clásico metido en una pequeña carcasa (173 centímetros oficiales), con carácter, poco goleador (no había marcado desde el 14 de mayo de 2000, ante el Numancia) y muy dado a la asistencia.
Ahora, a sus 31 años, disfruta de una segunda juventud. Hay quien piensa que la llegada de Wistchge le ha puesto las pilas. El holandés le disputa el puesto y Pablo no quiere perderse lo que apunta a otra gesta histórica del Glorioso.
A Pablo no se le conocen supersticiones, pero tiene algunos motivos. El gol lo consiguió con el estreno de botas blancas. Antes disfrutaba con los penaltis, pero Llorens le ha arrebatado la jerarquía. Ahora tiene que chutar desde más lejos.
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