La crueldad del tiempo
Sigue siendo una de las características de la danza moderna norteamericana su libertad interior, su aparente desenfado, aun cuando pasan ya varias generaciones de los nombres fundacionales. Paul Taylor, uno de los más importantes coreógrafos de Estados Unidos, es exactamente de segunda generación; fue bailarín varios años junto a Martha Graham, y supo, con notable elegancia (por su parte, Merce Cunningham hizo otro tanto, pero en otra dirección), quitarse de su manera de hacer los marchamos de la fuerte umbilicalidad de su antigua jefa. Con todo, Taylor y Cunningham representan los polos opuestos, las desinencias de un tronco estético común con voces que se han ido haciendo cada vez más autónomas y personales.
Paul Taylor Dance Company
Dandelion Wine: Pietro Locatelli; Company B: Hermanas Andrews; Esplanade: Johann Sebastian Bach. Coreografías: Paul Taylor; vestuario: Santo Locasto y John Rawlings; luces: Jennifer Tipton. Festival de Otoño. Teatro de la Zarzuela, Madrid. 7 de noviembre.
Paul Taylor no ha querido ser nunca un geómetra explorador, sino un vitalista; sus preocupaciones sociales y hasta metafísicas han teñido su inspiración de un cierto compromiso que también toca el terreno del arte abstracto, eso que tanto gusta a los artistas norteamericanos modernos y contemporáneos. Si bien, cuando hay abstracción, en Taylor está organizada alrededor de su gusto por el baile armónico, las soluciones temporalmente simétricas, la dinámica envolvente y un sentido de progresión en el que se reconoce la cultura de la Costa Este a la vez que la voluntad expansiva, de fuerza, que le viene de lejos, de su juventud como deportista (el coreógrafo fue nadador en su juventud).
El joven P. T. se fogueó en el Nueva York de principios de los años cincuenta y es allí donde debemos encontrar, acaso justificar, las inflexiones de su estilo y su humor. Hoy, todo eso está bastante lejos de la sensibilidad actual, tanto dentro de la escena como fuera de ella. Las nuevas coreografías de Taylor, aunque están bailadas con pulcritud escolar, son inútiles, vacías y manieristas; políticamente correctas y aburguesadas en su factura, a veces llegando a cursis, a veces sencillamente elementales, y es que el tiempo es cruel y no perdona. Es el caso de Dandelion Wine, creada en 2000, y arropada con un inenarrable vestuario de Locasto que navega entre el juego floral y el fin de curso con posibles. El uso de uno de los conciertos de Locatelli de su reputado y difícil libro L'arte del violino, poco escuchado actualmente, infunde intermitentemente un cierto tono espumante a una pieza sin demasiada fuerza ni contrastes.
Ocasionalmente, tiene Paul Taylor chispazos de humo coloquial urbano con aire retro en Company B, pero sin ningún meollo coréutico, si se piensa en el poso que ha dejado este creador en otros nombres sucesivos de la nueva danza y el nuevo ballet norteamericano, como Morris o Tharp, indirectamente influidos por su voluntad expresiva seudonaturalista.
Días felices
La compañía no es hoy tampoco lo que era hace una década, aunque se reconoce algún nombre. Siempre que les vuelvo a ver no puedo dejar de retrotraerme a los días felices en que Christopher Gillis y David Parson eran las estrellas del conjunto (así estuvieron en Madrid a mediados de los años ochenta), y cómo dotaban a las coreografías, como esa Esplanade de 1975 que cerró el programa de La Zarzuela, de una vitalidad esencial que es lo que justifica esa danza, ese estilo en que la pose clasicista o de inspiración en el arte clásico grecolatino (con sus ruedos, sus juegos de manos enlazadas y sus saltos) tiene un peso específico y hasta un significado formal, porque precisamente en eso, en sus formas y su composición en mosaico, consiste el estilo de este artista, a quien el tiempo ha pasado cruel factura.
La compañía de Paul Taylor permanecerá actuando en el teatro de la Zarzuela hasta el domingo y, a partir de mañana, con un segundo programa diferente que contiene dos de sus mejores clásicos: Arden Court (1981) y Cloven Kingdom (1976).
Babelia
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