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LA RENOVACIÓN MUSEÍSTICA DE LA CIUDAD

Un almacén con vistas

Lo mejor son sus vistas: sobre la ciudad, sobre el puerto, sobre el delta del Llobregat. Hacia esos objetivos apuntan los cañones, ahora inutilizados, del castillo de Montjuïc. Dentro, más armas, muchísimas. En pocos lugares del mundo habrá más ingenios de muerte -y también de defensa, claro- que en la imponente fortaleza que en 1960 fue cedida por la Jefatura del Estado a la ciudad para albergar 'un Museo del Ejército en el que se exalten las glorias castrenses patrias'.

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Pero, pese a su origen, el de Montjuïc no es un museo franquista; de hecho, ni siquiera es un museo, o al menos no lo es en el sentido moderno del término. Lo dice Francisco Segovia, coronel en la reserva, director desde febrero último: 'Inaugurado en 1963, había entonces una idea distinta de lo que es un museo. Se hacían museos de colecciones. Ahora, seguramente, habría que mostrarlo todo de otra manera'.

Francisco Segovia es una persona amabilísima y sabe un montón de historia, de historia militar y de armas. Y no se engaña: sabe que dirige un polvorín... y no quiere que le explote en el trasero.

Cosmética

Planea acuerdos y contactos con la Universidad; hay que impulsar el gabinete de investigación histórica, dice el director. Y estudia algunos cambios en la forma de mostrar, de 'vender', precisa, determinadas colecciones. Pero esas medidas, de llevarse a cabo, no producirían un efecto muy superior al de una buena operación de cosmética. Nada que ver con la cirugía casi radical que exige el cumplimiento del mandato unánime del Congreso de los Diputados: un nuevo marco legal que sustituya una ley franquista por otra democrática y un proyecto museográfico que transforme ese almacén en un verdadero museo y que, de pasada, renueve unas instalaciones, limpias como una patena, que se caen de puro viejo.

Todo esto, naturalmente, escapa a las competencias del animoso director: ni tiene capacidad legislativa ni sus atribuciones administrativas alcanzan a poder firmar cheques y contratar obras por valor de los miles de millones que seguramente costará la operación.

El problema del llamado Museo Militar de Montjuïc no es tanto de los fondos que tiene o de lo que exhibe como de lo que le falta u omite. Ahí está, por ejemplo, esa lúgubre galería de retratos que recorre una de las dos amplias escaleras que, desde el patio de armas, desciende hasta las salas inferiores. Son 46 óleos que representan, entre otros, a Guifré el Pelós y a Felipe V.

Con la información que le proporciona el museo, ningún visitante no avisado verá mayor diferencia entre ellos y sobre las repercusiones que sus respectivos mandatos tuvieron para Cataluña que el contenido del rótulo que acompaña cada imagen, en el que junto al nombre en castellano y catalán únicamente aparecen las fechas en las que ejercieron el poder.

Tampoco la sala de banderas, situada junto al patio de armas, tiene más objeto que la pura y abundantísima exhibición de unos símbolos sobre los que la información ofrecida es cuando menos sesgada: 'Siguen las banderas correspondientes a unidades del ejército nacional que actuaron en Cataluña durante la guerra civil, así como estandartes y banderas utilizadas por distintas fuerzas militares durante el régimen del Generalísimo Franco, para finalizar con varias banderas ajustadas al modelo actual'.

Seguramente, la mayoría de los 100.000 ciudadanos que visitan anualmente el museo encontrarían más acorde con la realidad, para calificar la larga etapa franquista, el uso del término dictadura que el de régimen, sin duda más amable, anodino, inexacto.

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