_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Kandahar

La Comunidad Valenciana está a medio camino entre Nueva York y Kandahar. Pocas ciudades habrá más desiguales. Nueva York tiene 16 millones de habitantes y es la capital del mundo: su ciudad más imaginativa y célebre. Kandahar, por el contrario, no llega a 200.000 vecinos y toda su riqueza equivale a la de una calle cualquiera de Brooklyn. Pero Kandahar también tiene un nombre evocador, tejido de sueños y caravasares. Y aunque no hemos visto fotos de Kandahar, es fácil figurarla como una ciudad desparramada y ocre, toda ella una inmensa burka que aherroja los derechos más elementales de los hombres y que humilla a las mujeres hasta el delirio. Kandahar, además, es la ciudad donde vive el mulá Omar, que ha hecho de este burgo desventurado la capital del oscurantismo talibán. Hay, sin embargo, un dato donde Kandahar supera a Nueva York: es 2.000 años más antigua, y fue fundada por Alejandro Magno. Tal vez por ello es probable que todavía quede, muy al fondo de las costumbres de sus pobladores, algún eco de aquel mundo griego que difundió hasta los confines de la India el gran militar macedonio. Kandahar tiene un pasado egregio y humilde, pero su presente es atroz, y está fraguado en dos hechos odiosos: una interpretación fanática del Islam, tan incomprendido por nosotros, y un bombardeo cada noche a la distancia de respeto de 5.000 metros de altura sobre la vertical del dolor. Desde la Comunidad Valenciana, a medio camino entre Manhattan y el barrio del mulá Omar, sabemos bien que nuestro mundo es el que simboliza la estatua de la Libertad, en cuyo pedestal rezan estos versos: 'Dadme a vuestros cansados, a vuestros pobres / a la masa que ansía respirar con libertad...'. Y precisamente desde el mensaje de ese poema, que nos atañe, también empezamos a saber, y a sentir, que hay algo nuestro en Kandahar. En su clamor y desolación; en sus niños muertos. Por eso esperamos que la guerra termine pronto, y que todavía más pronto los talibanes sean expulsados del poder, que con tanta infamia detentan. Y que el Islam y la democracia puedan vivir juntos, por los siglos de los siglos, en Kandahar y en todo Afganistán. Amén. Shalom. Alá Akbar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_