Bendita maldición
Dos años han pasado desde Verona. Dos años y muchas consultas de especialistas separan dos imágenes iguales: Óscar Freire, sonriente con el maillot arco iris, ése con el que todos soñamos y muy pocos lucen. Y, claro, siempre hay algún egoísta, como él, empeñado en que esa lista sea menor. Aparecía entonces escoltado por unos. Aparecía ayer escoltado por otros. Buenos ciclistas, sin duda. Ninguno que no lo sea llega ahí. Incluso algún buen compañero, ¿verdad, Bettini? Pero todos carne de olvido. La foto, para el recuerdo, y el maillot, para el campeón, para que luzca su orgullo.
'Van der Freire ataca de nuevo', dije yo entonces; de nuevo, porque lo de entonces fue una verdadera sorpresa, no como lo de ayer. Pero no era así para mí, que sabía cómo se las gastaba, pues me la había jugado varias veces. Pero sí fue sorpresa para aquel grupo selecto que se tuvo que conformar con disputar la plata mientras el oro se lo llevaba un desconocido español. '¡Sí, español!', hubo que decirles a los señores de las clásicas.
Pero ayer Freire, ya sin el Van der, auténtica denominación de origen, no sorprendió a nadie. Sin embargo, qué grata sorpresa. Después de aquel día de Verona, mientras algunos aprendían a marchas forzadas a pronunciar su nombre, se empeñó en reírse de esa farsa a la que se llamaba la maldición del maillot arco iris. Se lo comenté en la Challenge de Mallorca. El día antes, primera carrera, primera victoria y primera patada a la maldición. Le dije: 'Te has cargado una de las más míticas leyendas'. Y él se reía con la misma naturalidad que ayer: '¿Maldición? ¿Qué maldición?'.
'¡La has vuelto a liar!', fue lo único que se me ocurrió ayer para felicitarle. Y él, tranquilo, sin darle importancia, sin florituras ni aliños: 'Ya sabes, no había hueco, pero me la he jugado un poco y he podido pasarle'. Como si fuese una carrera de barrio, el pique entre cuatro amigos.
Pedro Horrillo es ciclista y compañero de Óscar Freire en el equipo italiano Mapei.
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