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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El Ballet de Kiev recrea a los clásicos

La compañía titular de Ucrania ha vuelto a Madrid para cerrar el ciclo de danza en Los veranos de la Villa, que este año han registrado unos llenos espectaculares tanto en el flamenco como en el ballet clásico.

Naturalmente, el bolo veraniego de trámite ni por asomo puede compararse a la buena impresión que dejó este conjunto cuando vino hace varias temporadas al teatro Lope de Vega de la Gran Vía. De entrada, en escena sólo está la mitad, como mucho, de la plantilla reglamentaria para hacer estos clásicos. En tres días consecutivos y hasta ayer, se han visto El lago de los cisnes, Cascanueces y La bella durmiente, en versiones muy estrechamente ligadas a la tradición de San Petersburgo, con hermosos vestuarios de artesana factura a la rusa, grabaciones orquestales adecuadas al baile y un desigual nivel técnico entre los componentes del conjunto.

Kiev tiene el prestigio de ser la tercera compañía de aquellos lares, tras las rusas del Bolshói y el Kirov; allí recaló Bronislava Nijinska y Serge Lifar, entre otros célebres, antes de emigrar a Francia, y allí también fueron enviados las estrellas y los grandes maestros de Leningrado para protegerlos, como a las obras de arte del Museo Hermitage, del fragor de la guerra mundial. De todo ese pasado, sólo quedan hoy destellos aislados, como la gran bailarina Tatiana Goliakova, heredera de una escuela y un empaque brillante en la ejecución de los clásicos. Ella ha sido lo que de verdad ha valido la pena de estas tres veladas.

Goliakova está en una madurez espléndida y demuestra que la treintena es la mejor edad para bailar bien, y su pareja habitual, Guennadi Zhalo, cumple con nobleza sus papeles de príncipe. La bailarina en tres días ha dado tres recitales de estilo. Así, su cisne blanco fue trémulo, su cisne negro potente, su Hada de Azúcar de un dibujo excepcional hasta la bravura (no hay que tener en cuenta un inoportuno resbalón) y su Adagio de la Rosa de Bella durmiente gozó de un desarrollo musical virtuoso entre equilibrios seguros y la majestad de acentos que ya marca Chaicovski. Lo que no es de recibo es que donde debe haber un cuerpo de baile de 24 cisnes bailen 10; o que en el vals de las flores de Cascanueces aparezcan solamente cuatro desangeladas parejas. Esa reducción por rebajas de la escala de los clásicos empobrece el producto y desvirtúa el sinfonismo coral con que fueron concebidos y deben ser representados los ballets de Marius Petipa y Lev Ivanov.

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