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Reportaje:ESPECTÁCULOS

EL BALLET DE SAN FRANCISCO TRIUNFA CON RIGOR

La presentación española de una de las mejores compañías clásicas de la actualidad, dentro del Festival Internacional de Santander, ofreció una preciosa lección de modernidad

Cuatro noches con dos programas diferentes pusieron por fin el listón de calidad a una respetable altura de seriedad en un verano abundante de bolos, pero con pocas grandes noches de danza. Estamos ante una de las mejores compañías clásicas de la actualidad. Su nivel compite con el del American Ballet Theatre y con el New York City Ballet, con una plantilla espléndida y un baile dinámico a la vez que limpio, los elementos indispensables para la ejecución de la Escuela Norteamericana de Ballet, de la que poco a poco se han hecho también bandera gracias a la dirección del islandés Helgi Tomasson; este ex bailarín favorito de Balanchine ha sabido rodearse de un sólido equipo de maestros y repertoristas, dotando al conjunto de una unidad asombrosa. En la agrupación californiana han abierto las puertas a la calidad venga de donde venga, así encontramos artistas de Cuba (una espléndida estrella: Lorena Feijoo), España (unos dotados solistas en alza: Sergio Torrado y Gonzalo García), China (la rapidísima Yuan Yuan Tan), de Rusia (los muy técnicos Yuri Possokjov y Guenadi Nedviguine). El resultado es brillante y hermosos ballets como Symphony in C, de Balanchine, o In the night, de Robbins, tuvieron vibrantes ejecuciones.

Pero lo que se ha llevado la palma es Glass pieces, una de las últimas creaciones que hiciera Jerome Robbins antes de morir. Data de 1983 y usa tres obras orquestales de Philip Glass muy bien interpretadas por la Orquesta Filarmónica de Transilvania. Es un paisaje urbano, geometrista, lleno de tensión y acudiendo a una armonía plástica que le emparenta a las obras de Pons y Stella: los bailarines resultan puntos de color sobre una cuadrícula.

También se vieron dos ballets ingeniosos y llenos de inventiva de Mark Morris: A garden y Sandpaper Ballet, esta última sobre las deliciosas piezas musicales de Leroy Andersen (donde la orquesta rumana volvió a lucirse). Morris posee una organización suave y muy ligada que alterna las frases de ballet con un dèja-vú naturalista que remata las frases con ironía; su uso de un complejo canon a medios tiempos crea un ritmo capaz de sostener la atención del espectador.

Tomasson aportó una coreografía al segundo programa, Prism, basado en Beethoven y que es una autobiografía desde la abstracción concertante, pleno de referencias y citas amables a otras obras de Balanchine y Robbins, sus maestros. A partir del día 4 de septiembre se les podrá ver en el Teatro del Liceu, de Barcelona, con El lago de los cisnes primero y una selección de estas mismas obras después.Cuatro noches con dos programas diferentes pusieron por fin el listón de calidad a una respetable altura de seriedad en un verano abundante de bolos, pero con pocas grandes noches de danza. Estamos ante una de las mejores compañías clásicas de la actualidad. Su nivel compite con el del American Ballet Theatre y con el New York City Ballet, con una plantilla espléndida y un baile dinámico a la vez que limpio, los elementos indispensables para la ejecución de la Escuela Norteamericana de Ballet, de la que poco a poco se han hecho también bandera gracias a la dirección del islandés Helgi Tomasson; este ex bailarín favorito de Balanchine ha sabido rodearse de un sólido equipo de maestros y repertoristas, dotando al conjunto de una unidad asombrosa. En la agrupación californiana han abierto las puertas a la calidad venga de donde venga, así encontramos artistas de Cuba (una espléndida estrella: Lorena Feijoo), España (unos dotados solistas en alza: Sergio Torrado y Gonzalo García), China (la rapidísima Yuan Yuan Tan), de Rusia (los muy técnicos Yuri Possokjov y Guenadi Nedviguine). El resultado es brillante y hermosos ballets como Symphony in C, de Balanchine, o In the night, de Robbins, tuvieron vibrantes ejecuciones.

Pero lo que se ha llevado la palma es Glass pieces, una de las últimas creaciones que hiciera Jerome Robbins antes de morir. Data de 1983 y usa tres obras orquestales de Philip Glass muy bien interpretadas por la Orquesta Filarmónica de Transilvania. Es un paisaje urbano, geometrista, lleno de tensión y acudiendo a una armonía plástica que le emparenta a las obras de Pons y Stella: los bailarines resultan puntos de color sobre una cuadrícula.

También se vieron dos ballets ingeniosos y llenos de inventiva de Mark Morris: A garden y Sandpaper Ballet, esta última sobre las deliciosas piezas musicales de Leroy Andersen (donde la orquesta rumana volvió a lucirse). Morris posee una organización suave y muy ligada que alterna las frases de ballet con un dèja-vú naturalista que remata las frases con ironía; su uso de un complejo canon a medios tiempos crea un ritmo capaz de sostener la atención del espectador.

Tomasson aportó una coreografía al segundo programa, Prism, basado en Beethoven y que es una autobiografía desde la abstracción concertante, pleno de referencias y citas amables a otras obras de Balanchine y Robbins, sus maestros. A partir del día 4 de septiembre se les podrá ver en el Teatro del Liceu, de Barcelona, con El lago de los cisnes primero y una selección de estas mismas obras después.

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