'GLAMOUR'
De las cuatro estaciones que tanto le gustaban
al locazo de Vivaldi, el verano es, sin duda, la menos glamourosa. Durante esos tres pringosos e interminables meses se producen fenómenos tan hiperhorteras como, por ejemplo, el vino con gaseosa. ¿Se imaginan a Jacqueline Bouvier o a nuestra Isabel Preysler tomando vino con gaseosa? ¿A que no? Cualquier persona mínimamente elegante, preocupada por su cosmopolitismo y respetuosa con las leyes del protocolo, sabe que nunca, bajo ningún concepto, deben tomarse bebidas gaseosas por aquello del momentazo gases, tan y tan desagradable para quienes lo sufren en intestino propio o en nariz ajena. Otro ejemplo de vulgaridad estival son los mocasines sin calcetines que llevan algunos varones, un calzado verdaderamente impropio de caballeros. O, peor todavía, esos náuticos de los que presumen como si fueran divinos cuando en realidad deberían permanecer, matarilerilerile, en el fondo del mar. Por desgracia, a esta superdegradante prenda podal suele sumársele ropa de lino, tan propensa a la arruga, combinada con cantidades ingentes de gomina barata. Parece como si la gente con aspiraciones de ser algo en el firmamento de la belleza ya no quiera codearse con Liz Taylor, sino con sus maridos, a cual más hortera, esclavos del vino con gaseosa o de esa pócima más elegante en teoría pero igualmente ridícula a la que llaman clara y que, según tengo entendido, consiste en combinar los supuestos méritos de la cerveza con el nulo encanto de la limonada. Hasta yo mismo sé que lo mejor en verano es tomar agua sin gas de origen alpino o, si le estás tirando los tejos a un clónico de Ángel de Gran Hermano, Absolut a morro. En verano queda demostrado que no tiene glamour el que quiere, sino el que puede. Y que la relajación y la flojera que invade a los veraneantes resulta tremendamente perjudicial para lo chic. Decía Oscar Wilde que la elegancia es el triunfo del artificio sobre la autenticidad, de la forma sobre el fondo, y se contradice con este culto a la distensión y a la flojera. ¡Como si distendidos fuéramos más sexy! Al contrario: cuanto más relajados estamos, menos elegantes somos. Cuanto más auténticos, menos atractivos. Seamos falsos, pues, y que llegue pronto el vicioso momentazo otoño, la estación de los engaños y de las mentiras, el reino de los adúlteros.
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