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Reportaje:Estampas y postales

En la penumbra del balneario

Miquel Alberola

En los sillones de rattan del vestíbulo de la Agrupación de Balnearios de La Vilavella se alcanza un sopor de gran calidad. La frescura del alicatado, la penumbra farinácea y el brillo casi licuado del piano inducen a echar una cabezada, mientras de un salón próximo llega algún crujido cervical del grupo de jubilados que realiza una tabla de gimnasia a media mañana. En la cocina están preparando paella a conciencia, y en el ambiente flota un llamamiento a la atonía, a que el agua y el arroz decidan por nosotros. No se puede pedir más.

Son síntomas inequívocos de que el proceso de vaciado de durezas psíquicas está funcionando a la perfección, y de que el cuerpo está casi a punto para ser sometido a una purificación máxima. La clave de la religión termal está en cambiar la coraza psicológica por un albornoz y dejarse llevar por una travesía de hidromasajes y parafangos que culmina en las exhalaciones del vaporarium. Entonces el cuerpo queda diluido en el agua y su esencia es inodora, incolora e insípida: el visitante es sólo alma. Pero si uno comete la torpeza de dormirse en el vestíbulo antes de empezar este proceso, su cerebro es devorado por una pesadilla tan feroz como un virus informático.

En todos los balnearios existe una sala de tortura donde una mujer corpulenta con aspecto de funcionaria de instituciones penitenciarias se encarga de protagonizar esa alucinación. Esta matrona sitúa al cliente desnudo de cara a la pared y con una manguera a chorro dispara primero a la nuca sin piedad, y luego va repasando todo el esqueleto hasta casi despegarlo de la carne con la fuerza de la presión del agua, mientras desprecia a la víctima con una indiferencia de varias atmósferas. El damnificado no despierta hasta un segundo antes de que el chorro de agua perfore la epidermis como un taladro y empiece a ser desollado.

Si uno ha llegado hasta aquí, su cuerpo aprecia mucho mejor las propiedades de esta agua dura de características sulfatadas cálcicas que mana a unos 28 grados de la Font Calda. Está especialmente indicada para el reumatismo, la artrosis, la artritis, la celulitis, la anquilosis y otras variedades de decadencia humana. Como muestra, aquí mismo el obispo Climent, que estaba arruinado por una hemiplejia, recuperó el habla y pudo decir misa. Según parece, a este acuífero se le ha sacado rendimiento terapéutico desde los días de los romanos, pero es a partir del siglo XIX, cuando el conde de Cervelló compró los baños existentes a los particulares, que La Vilavella se convirtió en una referencia termal y, sobre todo, en la residencia veraniega de los señoritos de la capital, quienes cambiaron la cara del pueblo con las casas que se construyeron.

Por esos días el pueblo llegó a tener once casas de baños. Cervelló fue la más distinguida de todas, y contaba con amplios jardines y un oratorio, que ahora ha quedado convertido en museo termal gracias a la tenacidad de Joan A. Vicent Cavaller, que es quien más hace por la memoria de estos balnearios. A partir de la guerra, las casas de baños se sumieron en una decadencia profunda, y para eliminar la competencia entre ellas impulsaron la Agrupación de Balnearios de La Vilavella, adoptando como sede el edificio de los baños Monlleó. Desde la fresca penumbra de su vestíbulo, en el abismo del sopor, se oyen los zarpazos sobre las Termas Galofre, que quedaron al margen de la agrupación y ahora están siendo derruidas. Y si uno profundiza, percibe el eco remoto de los sermones del predicador Juan Benavent, que se mezclan con el vapor de la paella hasta conformar una misma substancia.

Fachada de la Agrupación de Balnearios de La Vilavella.
Fachada de la Agrupación de Balnearios de La Vilavella.JESÚS CÍSCAR

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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