SALUD, DINERO Y AMOR
Soy una persona difícil de relajar. O estoy despierta o estoy dormida, pero eso de tener la mente en blanco no va conmigo. A mí, de las filosofías orientales sólo me gusta el sushi. Cuando mi santo me abre la puerta del troncomóvil y me dice: 'Te llevo al campo a que te relajes', yo le digo, gracias por alejarme de esta vida fascinante y hueca que llevo en Madrid. Lo digo porque eso es lo que quiere oír y en eso consiste el amor, pero ayer no hacía más que darle vueltas a ver qué coño voy a hacer aquí para no subirme por las paredes. Habrá quien piense: leer. Es una idea, pero también es cierto que yo mucha cultura no quiero tener porque igual me hago una tía rara. Y si no lees te tienes que tirar al campo, y yo por el campo no voy, que me da miedo que me salga un perro. Me paso el día hablando por teléfono. Ayer llamé a mi amigo gay y estuvimos viendo, él desde su casa, yo desde la mía, un programa de testimonios. Le dije a mi amigo que por qué no salía un día en uno de esos programas a confesarles a sus padres que quiere salir del armario; él me dijo que por qué no salgo yo confesando que soy una consumidora compulsiva, y yo le dije que eso en mi casa ya lo saben y que lo único que les falta es que salga diciéndolo por la tele.
Mi amigo me encontró nerviosa y me dijo que el hecho de que estuviera en el campo no significaba que tuviera las manos atadas para consumir. ¿Has pensado en la venta a domicilio? Y me dio el teléfono de una vendedora de la Thermomix -el robot de cocina-. Dice que a él le ha cambiado la vida, que la vendedora le hizo una demostración en su casa. Él llevó a amigos de su ambiente, ocho gay, y en una hora, gracias a la Thermomix, les hizo una lasaña, unas lentejas y cinco pizzas. Se lo comieron y luego se llevaron a la señora a bailar a un sitio de ambiente, y la señora descubrió que era bollera y no lo sabía después de tantos años haciendo demostraciones con la Thermomix. El caso es que llamé a una vendedora. Me dijo que invitara a gente de mi entorno porque, dado que vivo en el culo del mundo, que le mereciera la pena el viaje. Me puse a buscar gente de mi entorno. Pensé, ¿Millás?, ¿Marías, Guelbenzu?, ¿Molina Foix? Tampoco quería centrarlo sólo en autores de Alfaguara, que luego todo se comenta. Me entró un agobio, llamaba y sólo me salían contestadores. Deben estar todos en Marbella. A escritoras no quería llamar, luego me acusan de que perpetúo los roles. Me rallé y me dije: a tomar por saco: ¿Hay en este mundo alguien más de mi ambiente que mi santo? '¿Yoooo?', dijo él, 'a mí no me metas en tus líos'. Y ahí me dejó, a solas con la vendedora. La señora hacía natillas y salmorejo y potaje de Semana Santa, y yo se lo llevaba a probar a mi santo al cuarto donde agranda su obra. Cariño, me dijo, todo es excelente, pero no traigas más cosas que me estás empachando. Se me puso malo, y yo, para consolarle, por la noche, le llevé un poleo menta (hecho por la Thermomix), y dije: 'La vendedora dice que todos los grandes restaurantes la tienen'. Genial, me dijo, ya no nos hará falta salir de casa. No quise llevarle la contraria porque estaba convaleciente, pero a mí también se me puso mal cuerpo. Por motivos distintos.
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