Comuniones y complicidades
Hay días en los que todo sale bien. En San Sebastián, el miércoles hasta salió el sol y después, en una tarde-noche mágica, se encadenaron dos conciertos sencillamente insuperables con un intermedio plagado de ritmo a orillas del mar protagonizado por la debutante Alexis Hightower, una voz a la que será necesario marcar de cerca en el futuro inmediato.
A primera hora de la tarde, la sala de cámara del Kursaal se llenó para recibir a una de esas leyendas del jazz que aún siguen maravillando al personal: el pianista Ahmad Jamal. Y por la noche volvió a llenarse, esta vez la sala sinfónica, para acoger una pura obra de orfebrería: el dúo del guitarrista Pat Metheny y el contrabajista Charlie Haden.
Ahmad Jamal fue el inventor del trío jazzístico con piano (antes los tres instrumentos sonaban al mismo tiempo, con él comenzaron a sonar juntos) y en San Sebastián demostró plenamente que su fama no era infundada. En 1958, sus actuaciones en el club Pershing de Chicago (y, por supuesto, los dos discos que surgieron de ellas, que fue lo que llegó hasta nosotros) marcaron un antes y un después.
La maquinaria de precisión que formaban Jamal, Israel Crosby y Vernell Fournier se diluyó años después y el pianista de Pittsburgh entró en una época de semioscuridad grabando buenos discos y realizando aceptables actuaciones pero todo muy alejado de la magia de finales de los cincuenta cuando el mundo del jazz le reverenciaba. El suyo era un puzzle incompleto, pero hace poco más de un año encontró las dos piezas que le faltaban: el contrabajista James Cammack y, sobre todo, el siempre sensacional batería Idris Muhammad. Como un Ave Fénix exultante, el trío renació de sus cenizas y emprendió el vuelo. En San Sebastián fuimos testigos de que la magia había regresado.
La actuación de Jamal fue como un bombazo. Jazz bullicioso y efervescente cargado de swing, ritmo imparable y un optimismo avasallador. La suya es música de cambios constantes y exaltación de los pequeños detalles. Hablar de perfecta comunión entre los tres hombres puede, incluso, quedarse corto: funcionan como si una sola mente los dirigiera y los resultados son, lógicamente, apabullantes. El de Jamal, el que disfrutamos en el Kursaal, es el verdadero arte del trío y va años luz por delante de lo que otros venden como tal.
Por la noche, la magia volvió a repetirse: el arte del trío se convirtió en el arte del dúo, esta vez con un jazz muy diferente al cocinado por Jamal.
Pat Metheny y Charlie Haden no saben de fronteras y su jazz de cámara se pasea inteligentenemte entre el folk, el country y esa música a la que llamamos clásica buscando más el sentimiento que cualquier ortodoxia. Cada uno de sus temas tiene la belleza y la fragilidad de un pequeño jarrón de porcelana china. Escuchar esta música en un local como el auditorio del Kursaal (con su magnífica acústica alabada también por los intérpretes) fue, además, un auténtico regalo y debería replantear a muchos promotores la necesidad de devolver la música a sus lugares naturales.
Pat Metheny (¡sin su histórica y mitificada camiseta a rayas!) inició el concierto enarbolando una curiosidad guitarrística con cinco trastes que, en realidad, utilizó casi como un arpa cubista que hubiera desconcertado al mismo Juan Gris.
Tras esa exhibición de sonidos apareció, Charlie Haden y la velada viró ya hacia el contenido de su magnífico disco Beyond the Missouri sky. Un intercambio musical marcado más por la complicidad total y absoluta de ambos creadores que por afinidades musicales (que también las hay y muchas).
Si en disco la cosa ya parecía inclinarse del lado del guitarrista, el directo lo demostró claramente. Metheny lleva siempre la voz cantante pero consciente de que Haden está allí, una presencia que impone. El guitarrista de Kansas volvió a demostrar sus increíbles habilidades mezclando como pocos (¿alguien puede superarle?) la púa y el rasgueo en dos guitarras acústicas que fue alternando a lo largo de la noche dejando la eléctrica sólo para el último tema del concierto.
El toque de Metheny, siempre muy aireado, permitió a Haden hilvanar solos de gran profundidad aunque tuvo la mala suerte de que dos teléfonos móviles seguidos irrumpieran en una de sus mejores intervenciones rompiendo toda la magia y obligándole a cortar el tema.
Viaje onírico
Además de bello, el concierto de Charlie Haden y Pat Metheny fue una maravilla en el aspecto comunicativo. Ambos músicos poseen sobre el escenario un enorme carisma que rompe barreras y les acerca inmediatamente a sus oyentes creándose una nueva complicidad que añadir a la suya y que se acrecentó en la media distancia del Kursaal. En muchos momentos el deambular de la música no era precisamente fácil pero el público entró totalmente en la propuesta del dúo aceptando con entusiasmo su invitación a pasear bajo los cielos de Missouri. A lo largo de más de 90 minutos, Metheny y Haden consiguieron levantar una vez tras otra al público de sus butacas con largas y apasionadas ovaciones que desembocaron en todo un Kursaal puesto en pie propinando una auténtica ovación de gala de esas que pocas veces se oyen por estos pagos. Los dos músicos lo agradecieron con un par de bises para el recuerdo: primero, bordando un viejo tema de Horace Silver para llegar después al borde del estremecimiento con una recreación de la canción de Cinema Paradiso. Al final, en la calle, la fresca brisa de la noche donostiarra devolvió a muchos a la realidad tras un viaje onírico a Missouri que tardarán en olvidar.
Babelia
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