Tres grandes creadores
El trío de ases tiene todas las de ganar en el póquer y en el jazz, en especial si se consigue reunir en un mismo día. El festival vitoriano presentó a Steve Coleman, Brad Mehldau y Wynton Marsalis, de nuevo, tres de los músicos más importantes de los últimos veinte años. Cada uno manda en su palo y descartarse de alguno supone perder la mano de la diversidad.
De los tres, el saxofonista alto Steve Coleman es el más rebelde. Profesa un inconformismo riguroso que busca sustento filosófico en tratados antiguos y modernos, y en su último disco, Ascension to light, se inspira en cuestiones tan enjundiosas como el concepto de reciprocidad o los movimientos planetarios. Algunos resultados de esas observaciones se trajo al Teatro Principal, donde desarrolló música de alta energía, basada en ritmos intrincados y contundentes que invitaban a improvisar con otro pulso vital.
Steve Coleman, Brad Mehldau y Wynton Marsalis
Teatro Principal y Polideportivo de Mendizorrotza. Vitoria, 17 de julio.
Coleman confirmó que su calidad instrumental le asiste tanto para interpretar baladas clásicas a dúo con su pianista como para enzarzarse en acalorados diálogos con los otros solistas de viento de su grupo, en esta ocasión dos trompetistas a quienes su bisoñez les impidió rendir a satisfacción dentro de un colectivo que aspira a tener voz propia y madura. Fueron precisamente ellos dos, uno sentado al piano, los que concedieron como única propina un My funny Valentine desganado y chapucero.
Pianismo
Brad Mehldau regresó a Vitoria con argumentos similares a los de anteriores visitas: un entendimiento perfecto con su espléndida sección rítmica y un pianismo que encuentra el resorte de la emoción incluso en la maraña de la complejidad más despiadada. Sus manos volvieron a comportarse como hermanas gemelas de temperamentos opuestos: intrépida, especulativa y curiosa la derecha; de severidad casi luterana la izquierda, seguramente por influencia de Bach. Su trío también insistió en una de sus especialidades: crecer en intensidad, volumen y tempo según avanza la pieza. Junto a Larry Grenadier y Jorge Rossy, el pianista fue muy capaz de empezar en balada arrullante y acabar en bólido rugiente. Su portentosa introducción en solitario a Alone together explotó las posibilidades armónicas del tema hasta dejarlo en los huesos, y su versión de River man compitió en añoranza cantable con el formidable original del infortunado Nick Drake. Finalmente, Wynton Marsalis hizo su tercera y última aparición en el festival de este año, no sin asegurarse, por si hacía falta, de dejar la puerta abierta a futuras convocatorias. El principal atractivo de su concierto consistió en el estreno de cuatro partes de la Suite Vitoria. El trompetista -que ya ha completado una iniciativa similar con Marciac, otro de sus festivales predilectos- ha prometido completarla más adelante hasta llegar a los doce movimientos. Para darle un aire más genuino, ha solicitado discos de música autóctona, y la organización, consciente de lo que se juega en el envite, le ha brindado incluso el himno del Alavés.
Cualquier documento sonoro de la zona le vendrá bien al trompetista para avanzar en la composición y corregir algunos tópicos y lugares comunes observados en la primicia. El primer movimiento, Jason y Jasone (Jason es hermano de Marsalis y Jasone es hija del director del festival, Iñaki Añúa), sonó como un ejercicio sólo pasable de ellingtonismo juvenil, y Lamento vasco dejó demasiado clara la influencia de la saeta que Gil Evans arregló para Miles Davis en los años cincuenta. Con todo, el punto más discutible llegó en Suave en la noche, un fragmento amexicanado que bien podría haber ilustrado un spaghetti western de la buena época. El solo del trompetista Marcus Printup se metió tanto en situación que se antojó un pistolero postizo, a lomos de caballo jerezano, sobre una pelada loma almeriense. Por fortuna, mucho más creativo y vigoroso resultó el movimiento La decisión de Iñaki; ya se sabe que el responsable del festival es un hombre de carácter.
Babelia
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