Los primeros espectáculos del Festival de Aviñón reciben una desigual acogida
Cada verano se reparten por la geografía francesa alrededor de 2.000 festivales, 600 de los cuales auspiciados por el Ministerio de Cultura. Es la lógica del supermercado, una lógica que hace que sólo un tercio de los montajes oficiales de Aviñón sean auténticos estrenos, que se critique al director del certamen por haber escogido para la apertura una École des femmes con Pierre Arditi en el papel de Arnolphe. Recurso al actor-estrella, al clásico -Molière- de éxito, a un director -Didier Bezace- que no tiene fama de innovador, son los reproches más repetidos contra Bernard Faivre d'Arcier y su programación. Lo cierto es que Bezace ha resultado menos convencional de lo que la crítica temía y ha dicho que su molière es sombrío y su trabajo no se permite ninguna facilidad, tal y como lo prueba el que se haya limitado a utilizar 36 metros cuadrados de escena cuando podía contar con la boca de escenario más grande de Europa. 'Si Arnolphe nos emociona es porque se encierra en sí mismo, solo contra todos', ha dicho Arditi.
Mejor acogida ha obtenido Bernard Sobel con su Ubu roi. El montaje parte de una muy buena idea escenográfica -la acción transcurre sobre una gigantesca mano de resina a la que se le rompen varios dedos- y de una serie de imágenes facilonas que se concede el director. La mano funciona por su dimensión simbólica, pero también porque sirve de espacio multiuso. Ubu -interpretado por Denis Lavant- es un descerebrado soñador. Sobel evoca el pasado a través de La Internacional, cuya última nota va seguida del mítico 'merdre' con el que Jarry escandalizó en 1896. Hoy Sobel no le dice 'merdre' a la monarquía, a la escuela o al teatro romántico, sino al mundo, a un mundo de cultura aristocrática resumida en la sintonía del propio Festival de Aviñón. La sutileza no es la principal virtud del montaje de Sobel que, eso sí, va deprisa, muy deprisa, a veinte minutos por acto.
El único espectáculo visto hasta ahora sobre el que hay coincidencia en las opiniones favorables es Je poussais donc le temps avec l'epaule y es casi un no-espectáculo: un actor -excelente Serge Maggiani- dice una serie de pasajes de la obra de Marcel Proust. Claro, el teatro es eso, un actor y un texto, no hace falta más. Alrededor de Maggiani, cien espectadores y, de inmediato, una complicidad proustófila. Según su director, 'Proust era un hombre sin imaginación. Su imaginación era su memoria y ahí está su genio'. Y un actor, es obvio, también es una memoria.
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