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Reportaje:

Cruzada contra la globalización

La mitad de los grupos que protestarán en la cumbre del G-8 son católicos

La última cosa que podían suponer los manifestantes que planean tomar las calles de Génova entre el 20 y el 22 de julio, coincidiendo con la reunión del G-8, es que su protesta encontraría la plena comprensión del Vaticano. Desde el papa Juan Pablo II, que el pasado domingo lanzó un alegato a los poderosos para que 'escuchen a los pobres del mundo', al cardenal de Génova, Dionigi Tettamanzi, pasando por todos los obispos de las distintas diócesis regionales, han asumido las posiciones básicas del movimiento antiglobalización.

Junto a la jerarquía vaticana, en la denuncia de los abusos del capitalismo global figuran decenas de organizaciones de matriz católica, que piensan protestar en la calle, pacíficamente pero codo con codo con las distintas tribus que integran este movimiento, uno de los más variados y complejos de los surgidos tras el fracaso de la utopía comunista.

La jerarquía vaticana se ha unido a la denuncia contra los abusos del capitalismo global

Toni Negri, inspirador del movimiento de ultraizquierda Poder Obrero, uno de los trágicos protagonistas de los años de plomo, que cumple condena en Italia tras una larga etapa refugiado en Francia, se confesaba convencido, hace un par de días, de que el movimiento antiglobalización puede convertirse en un 'nuevo 68'. Si así fuera, el adjetivo 'nuevo' cobraría aquí un significado profundo porque las rebeliones del 'Mayo francés' no encontraron un eco entusiasta, que se sepa, en las páginas de L'Osservatore Romano.

El periódico vaticano, en su edición del 28 de abril, se mostraba, en cambio, sumamente próximo a ese espíritu. 'Trabajemos para que triunfe toda la humanidad', decía el diario de la Santa Sede, 'y no una élite del bienestar, que controla ciencia, tecnología, comunicación, recursos del planeta, en detrimento de la mayoría de las personas'.

Una institución milenaria como la Iglesia católica, con mil rostros y mil realidades, convertida en el último siglo en una verdadera multinacional del bien, no podía quedarse al margen de una protesta de tan amplio vuelo. Y no lo ha hecho. Según la revista de pensamiento Limes, la mitad de las organizaciones sobre las que se articula en Italia el movimiento antiglobalización son católicas.

Todas se han movilizado para acudir a la gran cita del G-8, provistas de lemas y proclamas que coinciden, casi punto por punto, con las de los jóvenes (y no tan jóvenes) rebeldes de los centros sociales italianos, de los famosos Tute Bianche, que se preparan para boicotear la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los siete países más industrializados del mundo, más Rusia, que se reunirá en Génova la próxima semana.

Los métodos varían, por supuesto. Los jóvenes de Acción Católica, los llamados focolari; la Comunidad de San Egidio, o los que forman parte de las más de 600 organizaciones recogidas en la red Lilliput (Pax Christi, Beatos y Constructores de Paz, Manos Tendidas, etcétera) no son violentos. Pero sus posiciones están plenamente en sintonía con las de los más radicales: proponen la cancelación de la deuda que han contraído los países pobres con los países y las organizaciones internacionales y la introducción de un impuesto especial a los movimientos especulativos de capital.

Con estos mimbres, los jóvenes católicos, los mismos que en agosto de 2000 se reunieron a millares en Tor Vergata, a las afueras de Roma, para rezar con el Papa, han elaborado un manifiesto, hecho público durante un encuentro celebrado en Génova el pasado fin de semana, y piensan capitalizar, en la medida de lo posible, la protesta antiglobalización. En Génova estarán escoltados por un ramillete de sacerdotes, misioneros y monjas que han decidido pasar a la acción directa, aun antes de recibir el aplauso de la jerarquía vaticana.

Por ejemplo, el sacerdote Andrea Gallo, que trabaja desde hace años entre los jóvenes marginados de la ciudad, ha anunciado que irá en primera fila de las manifestaciones. Pero esta vez no causará el menor escándalo, el Papa, que descansa a unos pocos centenares de kilómetros, en el valle de Aosta, aunque sólo sea en espíritu, está con él.

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