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Crítica:SEMANA ARGENTINA | ROCK
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Apoteosis porteña

La noche del rock de la Semana Argentina fue un reventón. La colonia argentina en Madrid respondió con lógico entusiasmo a la posibilidad de disfrutar en un mismo cartel de tres grupos porteños de larga historia, incluyendo a los popularísimos Divididos, herederos de la legendaria banda Sumo y habituados a tocar en grandes recintos. Desdichadamente, como es habitual, se notaba la ausencia de músicos españoles, siempre tan ocupados y tan escasos de curiosidad.

La sensación de acontecimiento único venía reforzada por la presencia del ministro de Cultura argentino y la plana mayor de la embajada. Pero la noche era de los críos, desafiantes ante el calor y dispuestos a practicar deportes de riesgo como el moshing -baile pogo con encontronazos- en cuanto la música se intensificaba. Y eso ocurrió en bastantes ocasiones.

Furia porteña

Babasónicos, Attaque 77, Divididos. Sala Arena, Madrid. 27 de junio. 800 pesetas.

Babasónicos son un sexteto que recicla elementos del glam y otras modas de los setenta en un potente cóctel. Su cantante, Adrián Dargelos, alardeando de un brillante repertorio de poses y movimientos, fue la sorpresa de la noche, por su capacidad para transmitir un repertorio en buena parte extraído de Miami, su disco de 1999.

Attaque 77 se conoce los escenarios peninsulares y tiene buenos contactos con las brigadas protestonas del rock español: por el escenario fueron desfilando sus amigos de Reincidentes, Ska-P y Porretas. Su muscular sonido a lo Ramones siempre funciona y no faltó el alborotado recuerdo al desaparecido Joey Ramone.

La noche pertenecía a Divididos, cuyas exigencias en cuestiones de equipo de amplificación provocaron dos horas de retraso en la apertura de puertas. Esa obsesión por los subgraves y otras minucias sonoras se justificó enseguida: Divididos es un power trio (reforzado ocasionalmente por un segundo guitarrista) de abrasadora intensidad. La furia de su repertorio propio se equilibra con algunas dosis de reggae, un palo que introdujeron en Buenos Aires durante los tiempos de Sumo, más llamativas versiones de El arriero o Cielito lindo. Tuvieron cintura para aguantar con humor las sucesivas invasiones del escenario por parte de los espectadores más entusiastas, incluyendo un caballero que se dedicaba a regar a las primeras filas con el contenido de una bota de vino. Mucha (bendita) locura para cerrar un concierto apoteósico.

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