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Columna
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Espionaje

Poco antes de que la divinidad emprendiera el vuelo a sus establos de ultramar, matones y guardaespaldas a sueldo, senadores y secretarios de Estado, le ofrecieron un voluptuoso sacrificio humano, y el pase reservado de la película en la que se mostraba cómo ardía todo el aire de un país mísero, con unos pocos chupinazos de dióxido de carbono; mientras, por la bóveda del cielo, una estampida de reses arrasaba la ozonosfera, y estremecía, con el estruendo de sus pezuñas, el planeta. Después del fastuoso espectáculo, la divinidad abrió sus poderosas alas y planeó sobre el océano, hasta posarse sobre un territorio abrupto, que se diluía bajo un sol encarnizado. La divinidad, displicente, aunque decepcionada, soportó las cabezadas y adulaciones de un muñidor, con las greñas cubriéndole la cara, que acudió a hacerle la pelota de encargo; y, por último, tras unas visitas de cortesía y protocolo, salió triunfalmente en ocho metros de automóvil, hacia un rancho de barbacoas e instancias dudosas. La divinidad sabía que no se jugaba si no unos bostezos. Aquel territorio no tenía más importancia que la que pudieran darle sus aviones de combate y el desahogo sexual y alcohólico de sus marines.

Lo recibió un tipo menudo y muy ufano, que sonreía como si funcionara a pilas. Se puso tan pesado que accedió a recorrer aquello, que no ocupaba ni un pesebre de sus caballerizas. Paseaban bajo la arboleda, cuando le dijo, algo azorado, pero sin pudor, que lo que quería era espionaje de alta tecnología. La divinidad lo observó de reojo y se preguntó a quién pretendía espiar, si estaba en medio de la nada. Estos caporales carecen del sentido de su situación real: se ilusionan y los fríen a coces. Cuando ya se ponía el sol, a la divinidad le entró la nostalgia. No se acordaba del nombre del país ni del tipo, que se obstinaba en caminar a su lado. Eso sí que no: o detrás o enfrente, según su filosofía. Aquel tipo se estaba pasando: se le antojó cruel y engreído. Miró el calendario de su reloj. Apenas disponía de tiempo para cumplir el itinerario. La divinidad no quería perderse la próxima ejecución. Y aún menos con criaturas tan siniestras.

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