Tres novilleros del montón
El escalafón novilleril siempre ha sido duro y difícil, pero ahora se echan de menos las ganas y, sobre todo, la voluntad de triunfo de muchos de sus integrantes, que salen ya con los defectos de sus mayores perfectamente aprendidos y sin ser capaces de practicar sus virtudes; es normal que el aprendiz de un oficio muestre lagunas, pero también es natural que intenten suplir esas limitaciones con valor y ganas. Pues no; aquí muchos se tienen aprendido un porcentaje de mediocridad que impide estar mal y, por supuesto, no deja estar bien.
Ángel Romero veroniqueó a sus dos enemigos con un cierto sentido del gusto y las proporciones. Interpretó en su primero tandas de derechazos picudos y de naturales ayudados de mil precauciones que partían de un cite lamentable. En el cuarto logró series de enganchones a diestra y siniestra, con la virtud de ahogar la embestida del novillo y provocar general aburrimiento. Luego hizo el poste encimista, sacando medios pases a un novillo que debe ahora andar en el cielo de los toros. A la hora de matar, despachó al primero de pinchazo y bajonazo trasero y al cuarto de una estocada baja.
Enrique Peña vino a torear y pasó desapercibido. El novillo salió corretón y poco atento a capotes y terminó haciendo por rajarse. Peña se olvidó de templar y, en el quinto, volvió a olvidarse de la necesidad imperiosa de mandar sobre el novillo.
El mejor novillo de la tarde fue el tercero, un bravo ejemplar que estuvo toda la lidia por encima del teórico lidiador, Alberto Román, que también se mostró ayuno de conocimientos con los aceros. En el sexto volvió a dejar patente que está verde para estas empresas y el novillo se quedó sin torear.
No se sabe qué grado de ambición ni qué capacidad de creación tienen muchos novilleros, ya que se entiende que la torería ha de ser aprendida para poder ser volcada en el ruedo. De esto, nada de nada. La industria textil puede permanecer tranquila: nadie se va a romper la camisa. Es una lástima que se confunda lo ligero con la falta de sustancia y no parece apropiado que unos novilleros que han de estar hambrientos de triunfo no saquen la casta que debían atesorar. Con la mediocridad, sólo podrán llegar a hacer el paseíllo embutidos en unos soberbios ternos de a millón per cápita.
Babelia
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