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Aquí se viene a ligar

Donde se liga es en la Maestranza. Lo dijo un espectador con potente voz rompiendo el mítico silencio de la famosa plaza, y si no llega a ser por él, Jesulín de Ubrique no se hubiera apuntado un éxito.

-Perdone, caballero: ¿Por qué lo de ligar se lo dijo precisamente a Jesulín de Ubrique?

-No sé, a lo mejor porque no se come una rosca.

"Aquí es donde hay que ligar" fue lo que el espectador le dijo exactamente a Jesulín, que ligaba más bien poco en el transcurso de su segunda faena, tesonera y derechacista. Y fue Jesulín y poniendo cara de que le echaba coraje al asunto, cuajó tres derechazos seguidos largando tela y metiendo el pico de su descomunal muletaza.

Se armó entonces gran algarabía, la gente gritó olé, parte saltó de sus asientos y preparó el pañuelo para pedir la oreja.

La Maestranza es coso histórico, templo del arte, cierto, pero de unos años acá le van mucho los cordobeses saltimbanquis y los jesulines l igones. Hay una especie de sorda rebelión contra tanto tópico, tanto silencio y tanta cursilería.

A lo mejor lo de José Tomás va en esa línea. Los delirios que provocó su actuación del sábado, con salida triunfal por la puerta del Príncipe, no se debieron tanto a la interpretación artística como al hierático citar, al estoico aguantar, al acongojante natural y a la a la chicuelina ceñida.

Jesulín de Ubrique recordó a José Tomás en su primera faena. Parecía calcada a la de José Tomás el glorioso día mencionado: misma caricatura de toro, similar parsiomonia, igual quietud, suertes ejecutadas sin exigencia de temple y de aleatoria factura.

De cualquier manera, a este Jesulín se le ve más pausado, menos histrión que antes de su retirada. Y algunos de los derechazos que logró no demerecían a los que les valen a las figuras para mantenerse en la cima del escalafón.

La tarde era de derechazos, lo cual a nadie podría extrañar. De haber sido naturales, o se trataba de una de las señales anunciadoras del fin del mundo o es que estaba toreando José Tomás.

Por derechazos se empleó Finito de Córdoba y los pegó malísimos. Finito de Córdoba tenía la tarde aciaga y no daba pie con bola. En la brega capotera, un desastre; manejando la pañosa, un trapaceo propio de muleteros incompetentes. Si uno no hubiese visto torear a Finito como los ángeles (de eso hace ya un siglo), creería que no sabe. Así que este fracaso en la tarde sevillana corresponderá atribuirlo al desánimo. No todos los días está uno para convocar a las musas.

Si por lo que se perpetra cada tarde en la Maestranza fuera, a las musas ya las podrían ir dando. Las musas no es concebible que bajen a inspirar derechazos. Más bien los derechazos las frenan -cree este poeta- y prefieren quedarse por el Parnaso inspirando goles de tacón.

Miguel Abellán, fiel a la línea derechacista, le menudeó al tercer toro derechazos malos sin el necesario temple y el requerido ligamiento.

-Disculpe otra vez, caballero, ¿por qué el señor de sol no le exige a este joven que ligue?

- Porque hay cosas que sólo se consiguen en Lourdes.

La faena de Abellán al tercer toro o lo que fuese aquello no pasó de voluntariosa.

Al sexto lo recibió en la puerta de chiqueros con tres largas cambiadas, continuó embraguetado en las verónicas, lo trajo al caballo por rogerinas, ciñó un espeluznante quite por gaoneras... Abellán convirtió la plaza en un hervidero, alboroto en los tendidos, la música tocando... Iba lanzado al éxito, no cabía ninguna duda. Sin embargo había que contar con el toro y resultó que el toro era un mulo. Nada sorprendente, desde luego, pues la corrida entera, intolerable por su esmirriada presencia, daba la nota mostrando la apabullante borreguez que llevaba dentro.

Las grandes expectativas despertadas por Abellán hicieron más honda la decepción. El toro topaba e imposibilitaba la faena. Deanimado, Abellán mató a la última.

Despidieron con aplausos a Jesulín, no precisamente por haber ligado. Dentro de la Maestranza, desde luego, no. Lo dicho: ni una rosca.

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