"Ha sido un golpe muy duro"
La eliminación ha sido un golpe duro para todos los que integramos el vestuario". Llorenç Serra Ferrer admitió la decepción que supuso quedar fuera de Europa de manera definitiva e instó a superar el mal trago con resultados en lo que resta de temporada. El técnico del Barcelona se mostró resignado, asumió su responsabilidad y, como suele ser habitual en él, mantuvo la cabeza fría. El mallorquín justificó la derrota ante el Liverpool por "la mala suerte", tras exponer que su equipo había jugado mejor ayer en Anfield que en el partido de ida disputado en el Camp Nou y calificó el penalti cometido por Kluivert de "ingenuo". No desveló Serra Ferrer su futuro en el Barça y agradeció la confianza que le volvió a reiterar ayer el presidente Joan Gaspart a pesar de la derrota en Liverpool. "Ha sido un mal día, pero la grandeza del Barça está por encima de los malos resultados", dijo. "Sentimos una gran decepción pero el juego da estos digustos y no podemos entrar ahora en análisis con la profundidad que se requiere". Serra Ferrer pospuso el balance al final de temporada. "Si se ganan muchos títulos todo es más fácil a la hora de justificar tu trabajo. Se nos ha escapado la UEFA, la Liga está muy difícil y tenemos aún la Copa Rey. Si al final no hay título, poco puedes ofrecer para defender con argumentos el trabajo hecho durante el año".
Gabriel Mafurroll, vicepresidente del Barça, comparó la tristeza de lo sucedido en Liverpool con la derrota sufrida en la final de la Copa de Europa ante el Milan en 1994. "Me ha recordado la final de Atenas al comprobar de nuevo cómo al millar de aficionados se les rompía el corazón", señaló Masfurroll que, profundamente afectado, apenas podía hablar. "Estoy muy triste, no tengo palabras para explicar la derrota. Estaba convencido de que ganaríamos. Ahora toca reflexionar con la cabeza fría para marcar el futuro". El también vicepresidente Francesc Closa indicó: "Ha sido un golpe muy duro a nuestra afición. El resultado es malo y, ahora, toca centrarse en el único objetivo importante: la clasificación para la Liga de Campeones".
Anfield pesó demasiado para un equipo tan frágil como el Barça. Quizá incluso más que el propio juego del Liverpool. El recinto se convirtió en una suerte de teatro al aire libre donde los 45.000 reds se convirtieron anoche y deben convertirse en cada partido en actores, junto a sus futbolistas, de una misma escena. Primero ondearon las banderas, cantaron el típico A por ellos, tan común en todas partes, para después ponerse en pie y entonar como una sola voz y un solo hombre un sobrecogedor You never walk alone (Tú nunca caminas sólo).
Quizá el Barça empezó a perder el pase a la final en ese momento. En Liverpool se reunían muchos factores: el equipo inglés estaba a punto de alcanzar una final europea por primera vez en casi 20 años justo un día después de que el Manchester, su gran rival, quedara apeado de Europa en Múnich. Y cada córner, cada saque de banda, cualquier robo de balón se transformó en un ensordecedor griterío. Los 32 goles que ha marcado Rivaldo este año y los 24 de Kluivert -más de la mitad de los 103 que lleva este año el Barça- sirvieron de muy poco. Anfield se llevó el partido: los ingleses cantaron al final otra vez su himno mientras el millar de seguidores azulgrana pasaron de silencio a la rabia. El vicepresidente Àngel Fernández saltó al césped, se acercó a la grada y recibió una sonora pitada de los culés que después corearon "¡Johan, Johan!". El fantasma de Cruyff fue el símbolo inequívoco de que Anfield sumió definitivamente en la crisis al Barça.
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