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Medidas desesperadas

La crisis japonesa podría presionar a China para devaluar el yuan, que lleva seis años inmóvil frente al dólar

Ultimamente ocurren pocas casualidades en el Extremo Oriente. Ni la dimisión del primer ministro japonés, Mori, ni el anuncio chino de la liberación de los 24 tripulantes del avión estadounidense pueden desvincularse de la pugna económica de las dos principales economías de la zona (Japón y China). La primera lucha por sacar a su demanda interna de la UVI, y la segunda, por entrar por fin en la Organización Mundial de Comercio después de 14 años.

El caso de Japón es un elemento crucial para definir tanto los equilibrios estratégicos en Asia-Pacífico como la reasignación de carteras de inversión a escala internacional. La dimisión anunciada del primer ministro y la lucha por la sucesión que ahora se abre puede ser una oportunidad para marcar un punto de inflexión. La economía japonesa profundiza su inmersión en cada uno de los frentes que mantiene abiertos, de los que el más llamativo es un crecimiento del consumo privado inferior a un punto porcentual el pasado año. La inversión privada, aunque mostró el último trimestre de 2000 un crecimiento sorprendente, no consigue impulsar la confianza general y la inversión pública ve agotado su recorrido, o, lo que es lo mismo, su financiación. La banca sigue teniendo problemas serios con sus carteras de inversión, en las que acusan minusvalías latentes importantes. Y cuando las exportaciones hacia Asia consolidaban un cierto dinamismo, la desaceleración estadounidense y las caídas bursátiles enfrían el ambiente internacional. Lo más preocupante de todo es que con tipos próximos a cero y con un déficit público del 8,3% del PIB la pólvora tradicional se le ha agotado a las autoridades económicas japonesas. En este contexto, sólo medidas desesperadas (o la confianza en algún tipo de improbable milagro) tienen cabida.

Una vía de actuación, reclamada hace años por un grupo de economistas encabezados por Paul Krugman, es la expansión monetaria sostenida en el tiempo, que establezca un objetivo de inflación muy superior a la actual (que está en niveles negativos si atendemos a la inflación subyacente) como horizonte a medio y largo plazo. Esta propuesta supuestamente inspira la reciente decisión del Banco de Japón de aumentar en un billón de yenes los activos de caja, pero ni por su dimensión ni por su vocación de permanencia es un paso decidido en busca de una verdadera expansión monetaria.

Otra vía de impulso, asociada íntimamente a la anterior, es la aceptación de que una economía débil no necesita una moneda fuerte. Bien a través de la expansión monetaria o de cualquier otro medio, permitir, fomentar o señalizar una mayor depreciación del yen (ya ha caído un 19% desde el pasado septiembre, pero aún se encuentra en los niveles de 1997) es uno de los pocos cartuchos que le quedan a ese país. Sin embargo, los deudores japoneses en moneda extranjera podrían ver seriamente dañada su posición de solvencia, lo cual, en un entorno bancario delicado como el actual, se ve como causa de anatema.

La expansión monetaria y la depreciación adicional del yen por encima de 130-135 unidades/dólar podría provocar (aunque éste no debería ser la principal preocupación de los japoneses) un reajuste cambiario en otros países de la zona. Se dice que China podría devaluar el yuan, que lleva seis años inmóvil frente al dólar, si el aún gigante nipón deja caer en exceso el yen. Lo cierto es que el 40% de los flujos comerciales de Japón se producen con el resto de Asia y que la competitividad y el desbordante crecimiento de la economía china fue una de las muchas causas que motivaron la purga de 1998. Aun a riesgo de provocar otra, Japón no puede permitirse seguir en la inacción.

Rodrigo Buenaventura y Edita Pereira son consejero delegado y economista, respectivamente, de Consultores de Administraciones Públicas, Grupo Analistas.

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