Sarta de inválidos
La corrida estaba inválida, menuda novedad. Soltaron una sucesión de inválidos en cadena, o en sarta, como si los hubiesen preparado para un muestrario.
Muestrario de toros de lidia inservibles, aquejados de una invalidez provocada por causas desconocidas. Y pues nadie da explicación alguna -ni el Ministerio del ramo, ni el consejo de veterinarios, entre otras instituciones responsables-, es preciso recurrir a la impresión barruntativa: ¿Encefalopatía espongiforme bovina, fiebre aftosa o droga dura?
Si sólo se hubiese caído en lo que va de año y de vida esta corrida, a lo mejor los barruntos habrían de ir por distintos derroteros. Pero siendo una más entre la inmensa mayoría de cuantas echan a los festejos mayores, únicamente cabe pensar que hay epidemia o hay fraude escandaloso perpetrado desde la impunidad.
Daba pena ver a los toros caerse fulminados a la arena y quedar en ella cuan largos eran. Simpre da pena pero sobre todo si se tiene en cuenta la bonita estampa que los encausados trujeron de la dehesa. Bonita por lámina y por capa. Los taurinos se emocionan con las corridas cuyos ejemplares parecen clónicos. Sin embargo la buena afición admira aún con mayor motivo estas corridas al estilo de la que envió a Madrid el ganadero Juan José González, que se equiparan en trapío y en seriedad lo que no empece para que luzcan variedad de tipos y pelajes.
Hubo toros coloraos, negros, cárdenos, y entre éstos, se dieron el salpicao, el moteao, el capuchino. Hubo toros de terciada contextura lo que no excluía el trapío, y entre estos, el recortado, el hondo, el badanuvo, el largo y el ensillado.
El sexto, colorao, largo y ensillado, al perseguir a un peón que se guareció en un burladero, brincó para no estrellarse contra la barrera y se enganchó con el borde, donde basculó para caer al redondel. Claro, lo mismo habría podido caer en el callejón y tal posibilidad fue harto comentada por el público, que agradeció el incidente no por nada sino porque la tarde vencía tocada por el aburrimiento y le venían bien estas imprevistas emociones. Luego, en el turno de varas, el toro se desplomó y en el de muleta embistió sin aliento.
El toro correspondía a Jesús Millán, que llegó a confirmar la alternativa rodeado de expectación por ser el triunfador de la pasada feria de la Magdalena. Y la verdad es que no respondió a la expectativas. Debió de influir el ganado, cierto -el de la alternativa se estuvo protestando continuamente por su intolerable invalidez-, era evidente la pundonorosa entrega del toricantano, pero no se le advirtieron esos marchamos que definen a quienes están llamados a ser figuras del toreo.
Sus compañeros de terna son veteranos y muy conocidos de la afición madrileña de manera que se sabían de sobra sus capacidades y sus estilos. De todos modos, en la fiesta, que es una síntesis del universo mundo encerrada en un redondel, siempre cabe esperar novedades. Y se produjeron. Una la trajo Luguillano, otra Bote.
La de Luguillano, en el tercer toro, único enterizo, bravo y noble de la corrida, al que castigó por bajo con exagerado arquear de piernas y pegó derechazos con acentuada cargazón. Hasta que, pasada la sorpresa de esa enfática pinturería, empezó la afición a analizar las suertes y a decirle al torero -con razón- que en esos derechazos y en los posteriores naturales abusaba del pico y toreaba hacia fuera. Después, al quinto, Luguillano no le encontró el temple. Ni falta que hacía, con aquel tullido infeliz.
El primer toro de Bote era de los avisados - se revolvía en cada muletazo- y tras intentar embarcarlo por los dos pitones, abrevió decorosamente. Al cuarto, que sobre invalidez mostró mansedumbre, le porfió naturales y derechazos en repetidas tandas de aleatoria fortuna, y una serie de redondos que cuajó y constituyó el mejor toreo de la tarde. Mas he aquí que al oir una voz discrepante se encaró con el espectador, luego con los aficionados del 7 que protestaban la invalidez del toro, y esas formas ni venían a cuento ni cuadran con la demostrada torería de José Luis Bote.
La afición disimuló esta salida de tono del maestro. En cambio el presidente no se fue de rositas. Un presidente que ve cómo se desploman los toros y no devuelve ninguno al corral pese a las protestas del público, no vale para presidir. Y es lo que pedía la afición: que no presida nunca jamás.
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