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Reportaje:

Lo que queda del 'bakalao'

La legendaria ruta de discotecas de los años noventa pasó a la historia pero aquella música vuelve por otros caminos

Mediatizados por el viejo mito de 'la ruta' y criados a la escucha del bakalao en las emisoras radiofónicas, miles de jóvenes de hoy compran discos de esta música y veneran a disc-jockeys de este estilo como a auténticos santones. De manera imprevisible, el antes prestigioso sonido trance internacional se ha acercado a los postulados estilísticos del bakalao, con lo que esta música en tantas ocasiones denostada cobra ahora una inesperada legitimación para las masas. Discotecas como Rockola o Chocolate, en Valencia, Pont Aeri o Pirámide, en Castellón, y Central-Rock o Revival, en Los Montesinos, son templos del nuevo bakalao en este milenio. Sus clientes suelen tener entre 16 y 20 años, y ganas de evadirse de manera dura. Una estadística reciente sobre violencia hablaba de una tribu urbana llamada bakalaeros, y esto encendió a encargados de algunas de estas salas y a clientes de las mismas. Interpretaron que hoy podrían padecer una nueva estigmatización como la que arreció en los años 90.

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Una peculiar estadística sobre violencia y 'bakalaeros'

Fallas siempre ha sido una época de gloria para las macrodiscotecas valencianas de música electrónica comercial, un cajón de sastre que en la década de los 90 se denominó bakalao, aunque ahora se refiere como dance. Aún lo es, aunque pueda parecer que estas salas no existen porque ya no están unidas al ruido social, como hace unos años.

Chocolate es la más veterana, 20 años de vida en Sueca. La música suena a bum-bum-bum-piripipipi-bum-bum. Muy acelerado, como gusta a los jovencitos. Unos 1.500 de ellos -17 años de media- se dejan caer por aquí los sábados para escuchar al conocido pinchadiscos José Conca. Lucen músculo. Cabellos cortos. Zapatillas. Más chicos que chicas. Poco rollo sexy. Son currantes que pueden reunirse al modo de las pandillas de barrio dentro y fuera de la sala. 'Son modas', dice Vicente Val, director de Chocolate, 'se sienten transgresores, pero no suelen provocar problemas reales'. Son los devotos del bakalao de nueva generación. Una generación con un futuro duro que busca noches y música de trueno. Aquí las encuentra los sábados, sólo los sábados, que es cuando abren estas salas. Salas que se han adaptado a ellos. Porque ellos han salvado las salas.

La famosa ruta del bakalao, que unía por carretera discotecas de horario infinito durante todo el fin de semana valenciano en la década de los 90, ya no existe. La satanización que de esto hicieron la prensa y los controles de carretera de las fuerzas de seguridad, acabaron con ella. Su heterodoxa generación de clientes abandonó los grandes excesos y la música de esas salas, que pasó a ser sinónimo de degradación. Muchas discotecas cerraron. 'Quedamos las que éramos más sólidas, más empresas', apunta Vicente Val. Pero los hermanos de aquellos que viajaban por 'la ruta', crecieron. Se criaron escuchando bakalao en emisoras como Radio l'Horta o Kosta FM. Entendían aquella época como un mito. Todo esto quedó reforzado con algunos fenómenos muy singulares. Por ejemplo, el empobrecimiento del sonido trance internacional, que surgió como opción a la música de baile comercial, y que ha acabado acercándose al bakalao para convertirse en un negocio. Algunos pinchadiscos europeos muy famosos (Paul Oakenfold o Paul Van Dyk) programan música similar a la que caracterizaba la banda sonora de 'la ruta', legitimando sus elementales sonidos para un nuevo público. Además, grandes discotecas catalanas de música máquina como Pont Aeri o Skorpia, no sufireron el estigma social que padecieron las salas valencianas, y han potenciado intensamente el bakalao en toda España a través de un star system propio de disc-jockeys que mezclan álbumes recopilatorios editados en discogràficas de Cataluña como Blanco y Negro, Tempo o Vale Music.

Los jóvenes valencianos han sido receptores de este fenómeno, y han vuelto los ojos hacia su propia casa ( 'realmente, todo esto lo inventamos aquí', apunta José Conca) y hacia los recopilatorios que editan las discotecas de aquí. Los más abiertos acuden a salas como Puzzle, The Face o Barraca -la que más opción da a nuevas tendencias electrónicas, junto a ACTV, que ha abierto puertas estas Fallas-, pero los que buscan la ortodoxia en el bakalao apuntan a las devastadoras salas de Castellón y Alicante, donde hay locales que abren 34 horas seguidas, a referentes como Chocolate, o a discotecas recientes como las exitosas Sound Factory o Rockola. Con aforos cercanos a las 2.000 personas, salas de este tipo pueden recaudar, en bruto, entre tres y cinco millones de pesetas el fin de semana. Como no hay ruta, los clientes se quedan en la discoteca toda la noche, y quizás continuan la mañana en las pocas que ejercen función de after-hours.

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La limitación de horarios -que aún será mayor con la nueva regulación legal que se adviene- concentra la posible relación de la clientela con las drogas químicas. 'Su estética puede ser agresiva', dice Manuel Camacho, socio de Rockola, 'pero para mí que se controlan más que la gente de otras épocas'. Puede o no que sea así, pero, lo que es cierto es que están muy integrados en el paisaje: cada discoteca tiene su público muy fiel. Y cada procesión, venera su propio disc-jockey. Los de Rockola, a Miguel Serna.. 'Creo que la diferencia del público de antes y el de ahora, es que al actual le gusta esta música', opina. ¿Y qué tienen en común? 'Las ganas de olvidar problemas con una buena fiesta'. Les une lo mismo de siempre.

Una imagen de noche de sábado en la discoteca valenciana <b></b><i>Rockola</i>, cedida por la propia sala.
Una imagen de noche de sábado en la discoteca valenciana Rockola, cedida por la propia sala.

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