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SAQUE DE ESQUINA | 27ª jornada de Liga | FÚTBOL
Columna
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Fabio capullo

En su corral italiano, Fabio Capello se ha subido al palo, se ha hinchado como el gallo de Morón y se ha marcado el quiquiriquí del año. 'El fútbol español está en boga gracias a Sacchi, a Ranieri y a mí', ha dicho antes de alzarse el faldón de la chaqueta en pleno pavoneo.

Cuando habla de Sacchi se refiere al hombre que dejó al Atlético enfilado hacia Segunda; cuando habla de Ranieri se refiere al hombre que remató al moribundo; cuando habla de sí mismo se refiere al tipo que llegó con la tarjeta de crédito más floja y la lista de peticiones más larga que se recuerda.

-Quiero a Illgner, campeón del mundo con Alemania; y a Panucci, lateral derecho del Milan; y a Roberto Carlos, lateral izquierdo del Inter; y a Secretario, lateral derecho del Oporto; y a Seedorff y Karembeu, la línea media de la Sampdoria. Inmediatamente.

Le dieron casi todo lo que pidió. Incluso le hicieron dos ilustres fichajes de propina: el de Mijatovic, recién elegido mejor futbolista del año, y el de Suker, máximo goleador del campeonato. Sin embargo tardaría muy poco en lanzar su primera soflama nihilista: diez minutos antes que Ranieri y diez después que Sacchi dijo que a él la pelota le importaba una maldita lira.

Nadie se atrevió a discutir sus dotes de capataz, tan cacareadas por su corte de papanatas, pero su única aportación al juego de ataque consistió en exigir a Suker o Mijatovic que cayeran a una banda cada vez que el equipo recuperase el balón, y a sus reprimidos colegas que se dejasen de filigranas y lo enviasen allí por el procedimiento de urgencia. Gracias a tan elaborado plan de maniobra el Madrid nunca consiguió dar tres pases seguidos. A cambio, Panucci se puso las botas y acabó con la pintura de todas las vallas publicitarias. En Navidades, el Bernabéu empezó a sublevarse.

-Lo que tengo no da para más- se excusó, en pleno ataque de paperas.

Pero también tenía a Redondo, Hierro, Alkorta, Guti, Víctor y Raúl, así que antes de dejar tirado al Madrid ganó la Liga a regañadientes. Luego, cuando el Milan le despidió por bajo rendimiento, sintió el olor de la Séptima y se dedicó a recorrer España para marcar el territorio. Ahora ha hecho su última exhibición; ha tonteado con el Barça para calentarle el talonario a la Roma, y esta misma semana se ha atribuido el invento de la pólvora y del fútbol español. La situación es alarmante: en cuanto nos descuidemos se dirigirá al mundo para proclamarse descubridor del cerdo ibérico.

En previsión de tal catástrofe hay que cortarle el suministro de jamón.

Si acaso, que siga ocupándose del fútbol de bellota.

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