Sin rendición
Pese a que la suerte no fue nunca su aliada, a que la muerte se llevó a algunos de sus miembros más representativos, a que hoy el término barriobajero está obsoleto, Burning siguen teniendo un sitio en el siglo XXI. El público, varias generaciones ya, les reclama, como pudo verse en este concierto en el que la sala estaba abarrotada de fieles absolutamente satisfechos con el ritual de rock'n'roll y colegueo que ahora les propone Johnny, único superviviente de la formación inicial, y su excelente equipo de músicos acompañantes. Sin apelar a nostalgias u otro tipo de coartadas, Johnny, encantado de vivir para contar en canciones la apasionante historia de un grupo que guarda en su marca todas las esencias stoniananas, hizo lo que mejor sabe: buen rock de filos cortantes, deje cheli y mensajes que ahora quedan fuera de toda ortodoxia moderna, aunque permanecen de algún modo frescos porque se han convertido en desgarrada poesía musicada de un tiempo no tan lejano.
Los nuevos Burning ofrecen, gracias a la simbiosis de sus guitarristas, una cara más sureña y le sacan más partido a los momentos instrumentales, en los que Eduardo Pinilla a veces recuerda a Steve Hunter, el guitarra solista del Rock'n'roll animal de Lou Reed. Johnny se sobra con su voz, porque, más importante que el virtuosismo vocal, la obra de Burning requiere a alguien que sepa decir, espetar a la cara esas historias con sabor a barrio, y quizá Johnny sea de los últimos que conservan esa habilidad y las ganas de hacerlo sin concesiones a lo que se lleva o lo que demanda el público más masivo.
Pero, y aún más importante, están las canciones. Las viejas canciones que aún sirven para erizar el vello de quien las escucha: Johnny El Seco, Baila mientras puedas, Ginebra seca, Weekend, Mueve tus caderas, Miéntelas o la incomensurable ¿Qué hace una chica como tú en un sitio éste?. También las nuevas, como Soy un perro, en las que la historia del grupo parece continuar con absoluta normalidad. Burning no se rinde.
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