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perfil | la semana

Heribert Barrera

El histórico dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya con sus opiniones xenófobas sobre la inmigración ha desatado una polémica que ha sacudido las conciencias de la sociedad catalana

Francesc Valls

Nació en 1917, el año en que los bolcheviques se hicieron con el poder en Rusia. Pero, lejos de contagiarle, Heribert Barrera quedó inmunizado de por vida contra todo aquello que contuviera el virus de la revolución social. Ya de joven rechazó acercarse al anarquismo, hegemónico en la izquierda catalana, por considerarlo utópico. Prefirió la senda del nacionalismo. Y ahí permanece anclado: en las mismas ideas que abrazó en los años treinta y que el paso del tiempo ha vuelto rancias. Sus opiniones xenófobas son un ejemplo de un catalanismo estático y esencialista, al que aterroriza la llegada masiva de inmigrantes. Pero el viejo dirigente de ERC no se retractará de sus controvertidas apreciaciones, aseguran quienes le conocen, porque es terco como una mula

A Barrera, el nacionalismo le vino de cuna. Su padre, Martí Barrera, fue consejero de Trabajo de la Generalitat republicana durante los mandatos de Francesc Macià y Lluís Companys y uno de tantos catalanes con el corazón dividido entre su militancia en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).

Desde su entrada en la universidad, en 1934, el joven Barrera militó en grupos nacionalistas y a finales de 1935 ingresó en las juventudes de ERC. El nacionalismo radical era en aquella época un mecanismo de socialización de las clases medias. Barrera parece haberse quedado en él, mientras que otros políticos catalanes de todo el arco parlamentario lo han vivido como un proceso de adolescencia, en tesis del historiador Enric Ucelay da Cal.

Y a los 17 años quedó confirmado en su fe. No podía ser de otra manera en una universidad, la catalana, en la que los nacionalistas se dividían en dos claras tendencias: españolistas -mayoritariamente falangistas- o catalanistas. Entre ambos era frecuente el recurso joseantoniano a la dialéctica de los puños.

Y así llegó la guerra. El joven Barrera se mostró partidario de que el orden se impusiera a la anarquía revolucionaria. Por eso prefirió marchar al frente con un disciplinado cuerpo de ejército de los comunistas del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), antes que hacerlo con las columnas anarquistas. Él, de hecho, respiraba el ambiente de los universitarios que se formaban en la escuela de oficiales de la Generalitat. Eran jóvenes que soñaban en una patria catalana y que se hallaban al frente de unos soldados que defendían, de una u otra forma, la revolución.

Con la derrota de las tropas republicanas, Barrera emprendió el camino del exilio. Pasó por uno de los campos de internamiento para republicanos españoles de Argelès-sur-Mer, del que salió gracias a un diputado socialista francés. La familia Barrera acabó instalándose en Montpellier. Los primeros años fueron duros, pero poco a poco se abrieron camino. El joven Heribert consiguió incluso una beca del Gobierno de Vichy -de la llamada Francia Libre del mariscal Pétain- para estudiar en la Universidad de Montpellier. Durante la II Guerra Mundial no se le conoció ninguna especial actividad contra el ocupante nazi, aunque hace unos días fue el propio Jordi Pujol quien aseguró que el viejo dirigente republicano tuvo problemas con la Gestapo por haber dado refugio a judíos. Tras su paso por la Sorbona y después de trabajar en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) -es químico y matemático- regresó a España.

Barrera tenía la imagen de marca de Esquerra Republicana, un partido triunfador en las elecciones entre 1931 y 1936, pero se hallaba dividido entre el exilio francés y americano. 'Su actividad antifranquista no fue frenética', asegura un dirigente de la izquierda, quien afirma -quizá con la venganza del adversario comunista- que no se recuerda ninguna detención sonada del que fuera dirigente de ERC.

Durante los años sesenta viajó a Estados Unidos, donde se confirmó en su fe atlantista y anticomunista. Con la llegada de la democracia ve cómo legalizan antes al partido comunista que a su formación. La 'R' de Republicana fue, sin duda, la causa de ese retraso. Por ese motivo concurrió a las primeras elecciones en una agrupación de electores. Sus compañeros fueron los maoístas del Partido del Trabajo. La extraña pareja obtuvo un acta de diputado -la de Barrera- y se preparó para las elecciones autonómicas. En 1980, si ERC se hubiera decidido por la izquierda, Jordi Pujol no hubiera llegado a presidente de la Generalitat. Las urnas dieron 33 diputados a los socialistas, 25 a los comunistas y 14 a Esquerra. Sumaban 72 escaños y la mayoría absoluta está en 68. Barrera prefirió sumar sus preciados 14 parlamentarios a la derecha no nacionalista y a Convergència i Unió. Ahí volvió a asomar su terror a la izquierda marxista, que consideró en auge gracias a los votos de los inmigrantes que residían en Cataluña. En realidad, Barrera siempre participó de la tradición de aquellos que consideran el marxismo o el anarquismo ideas extrañas -por extranjeras y por predicar el conflicto social- a una sociedad como la catalana.

Quizá la búsqueda de esa armonía llevó a la Esquerra Republicana de Heribert Barrera a aceptar fondos de la patronal catalana Fomento del Trabajo Nacional precisamente para evitar un triunfo de socialistas y comunistas en Cataluña. Su paso a la reserva como dirigente del partido permitió que ERC se reubicara en el escenario político catalán y adoptara una posición más crítica respecto a Convergència i Unió. 'Barrera, igual que Marta Ferrusola, representa un tipo de nacionalismo que, afortunadamente, se extingue', asegura un dirigente de Esquerra, el partido al que pertenece el viejo político y que le ha desautorizado y le exige silencio e incluso le amenaza con abrirle un expediente.

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