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La semana del gran clásico | FÚTBOL
Columna
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Desde la melancolía

¿Qué he hecho yo para merecer esto? Cuando se acerca un encuentro entre el Barcelona y el Real Madrid intuyo que seré convocado para opinar asumiendo la representación de los barcelonistas, que es mucho asumir, y progresivamente me siento más desganado para cumplir el empeño, tal vez porque pertenezco, como algunos príncipes, al país de mi infancia: Basora, César, Ku-bala, Moreno y Manchón, ah, y Gonzalvo III, casi nada y además era rubio en un país en el que todos los hombres eran morenos o en su defecto se ponían la boina. Todavía en los tiempos de Núñez y Mendoza hacía un esfuerzo para estudiar las condiciones objetivas y subjetivas del partido, porque Núñez era un cazaesquinas, un constructor de obras espabilado y sentimental, y Mendoza el tahúr guaperas, en el mejor sentido de la palabra, es decir, de Clark Gable para arriba, del Manzanares. Pero ahora he perdido el sentido de la orientación, más con respecto al Real Madrid que al Barcelona, porque el club de la capital de España ha dado un salto cualitativo al disponer de una junta llena de oligarcas postmodernos y alguno incluso habitual de la prensa del corazón. Gentes que no se levantan sin tener la certeza de que van a ganar mil millones al día y conscientes de que pueden comprar a Figo, el Retiro y San Antonio de la Florida con el dinero que llevan en el bolsillo. El Madrid es poder.

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En cambio, veo al Barcelona saliendo de una década prodigiosa, pero marcado por el acto fallido de no haber sido lo suficientemente triunfal en el año del centenario y desconcertado porque el nuevo presidente ha hecho todo lo que pedía la oposición y nada de lo que hubiera hecho Núñez y ha creado una junta directiva tan numerosa que no habría paella suficiente para darle de comer en una fiesta arrocera al aire libre. Los jugadores o son Guardiola o demasiado jóvenes o son holandeses y Rivaldo no ha digerido el hecho de que no se le haya ofrecido el lugar en el paraíso que ocuparon sucesivamente los dioses del fútbol moderno: Di Stefano, Pelé, Cruyff, Maradona y Ronaldo. Está triste Rivaldo o melancólico, que es una enfermedad culta que pusieron de moda los intelectuales humanistas del siglo XV. Hasta hace pocos meses, por ejemplo, se podía ser nuñista o antinuñista y eso llenaba la vida de esperanza laica, de logros importantes. Ahora no es así y los barcelonistas se dividen entre los que quieren volver a los tiempos precruyf-fistas del quejío o los que quieren fichar a Soros como director deportivo y al general Powell como entrenador de banquillo. No es coherente. Se ha perdido una cierta coherencia y me temo que el sábado, cuando ganemos al Madrid por un resultado a todas luces contundente, seguiremos sintiendo ese profundo malheur con el que nos interrogamos, como siempre, sobre quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos.

Y si perdemos volveremos a sacar los viejos pañuelos blancos y pediremos la dimisión cuando menos de 75 directivos.

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