Cuestión de ligamiento
Vimos ligar, por estas que es verdad.
Ligar... Quiere decirse, el toreo ligado, que es su versión más pura, y lo firmaba Alfonso Romero.
Lo venía diciendo el conspicuo, desde tiempo inmemorial: si no hay ligamiento, no hay toreo.
Los pases que ligó Alfonso Romero fueron con la derecha, en tres tandas. Y pues suscitaron cálidas emociones y admirativos epítetos en la afición conspicua, pudo constatarse que el manido derechazo, si se ejecuta con templanza y ligazón, puede elevarse a la categoría de grandeza.
Bueno, a lo mejor se exagera, lo cual es propio de las vivencias taurómacas. El arte de torear tiene estos efectos, desconocidos en la casi totalidad de las restantes disciplinas y los comportamientos humanos. Es lo habitual desde que la fiesta existe; desde que a unas gentes de campo, seguramente iletradas, se les ocurrió estructurar desde la genialidad la lidia: si el toreo se produce inauténtico por falta de integridad del toro o por ventajismo del torero, resulta una componenda adocenada y ridícula; en cambio, si el toro desarrolla la entereza propia de la casta y el torero le ejecuta ligadas las suertes con las de parar, templar y mandar, produce una emoción incontenible, la afición se siente transportada a otra galaxia, alguien escribirá que aquellos lances detuvieron el tiempo y otro les compondrá odas.
Y así vamos tirando. Lo desgraciado del asunto es que los toreros dan pocos motivos para viajar gratis a otras galaxias o ponerse en plan rapsoda. El toreo ligado que se produjo (por estas) en la tarde valdemorillana se ha convertido en una rareza, y entre las jóvenes promociones de aficionados, son muy pocos los que lo han llegado a ver. Algunos, ni se lo creen. Entre las jóvenes promociones de aficionados, la mayoría cree que torear es pegarle derechazos corriendo a un inválido.
Alfonso Romero no se limitó a dar aquellas excelentes tandas de redondos sino que ensayó el natural , mató al toro de la buena faena en la suerte de recibir, y al sexto, que sacó media arrancada y ponía difícil el lucimiento, de un soberbio volapié.
Ese sexto toro era un sobrero de escaso trapío que sustituía a un inválido. Realmente la corrida entera careció de trapío, de fuerza y de casta también. Se trataba, en fin, de un fracaso ganadero, seis ejemplares y un remiendo impresentables, que contradecían los valores esenciales del arte de torear. Manolo Sánchez se puso a tono y les dio mala lidia. Quiere decirse, que le faltaron recursos lidiadores, pareció tener perdido el sitio. Luis de Pauloba, que es uno de los mejores intérpretes del toreo bueno, apenas apuntó en el segundo toro ciertos detalles tanto de capa como de muleta que permitieran comprobarlo, y al quinto, algo reservón e incierto, se limitó a trastearlo para entrar a matar, y santas Pascuas.
De donde la afición acabó una vez más defraudada. Menos mal que le pululaban por la fantasía aquellos derechazos ligados, a los que podía agarrarse como a un clavo ardiendo. Y menos mal que, por una vez y sin que sirva precedente, no venían aires helados de la sierra, templó el clima, brillaba exultante de verdor el precioso paisaje, calentaba el sol y parecía que estábamos de veraneo en Valdemorillo-sur-la mer.
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