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Reportaje:Crisis en el espionaje británico

LAS REVELACIONES DE UN ESPÍA EN EL EXILIO

Isabel Ferrer

La publicación en el dominical The Sunday Times de extractos del libro publicado en Moscú por Richard Tomlinson, un agente del MI6 que tras ser despedido en 1995 decidió 'hablar', se ha convertido en la pesadilla del servicio de espionaje británico que opera en el exterior.

Mientras James Bond, el espía más famoso del cine, sigue deleitando a sus seguidores con nuevas aventuras, y el escritor John Le Carré, que fuera un agente secreto de verdad en su juventud, ha sabido novelar con éxito su pasado, la vida de uno de sus colegas más recientes caído en desgracia, Richard Tomlinson, no puede ser menos jugosa. De 38 años, alto, moreno, atractivo y licenciado en ingeniería aeronáutica por la Universidad de Cambridge, su paso por los servicios de espionaje británicos ha marcado a fuego a este neozelandés de origen. Asegura tener prohibido viajar a Francia, Australia y EE UU y ha vivido en 32 casas distintas desde que abandonara Londres en 1998, tras haber pasado seis meses en la cárcel por quebrar la Ley de Secretos Oficiales con un libro, no publicado, sobre sus experiencias al servicio de Su Majestad.

El Gobierno le amenaza con otra estancia entre rejas si regresa de su actual exilio italiano. Ayer, una orden judicial congeló los ingresos obtenidos por la venta del libro del ex agente. La orden fue entregada a los representantes de Tomlinson en el Reino Unido, donde se calcula que han llegado más de 1.500 copias, de las 10.000 imprimidas en Rusia.

El motivo de la desgracia de Richard Tomlinson es doble y se remonta a 1995. Cuando llevaba cuatro años de aprendizaje y creía estar realizando un buen trabajo con misiones secretas en Bosnia, Rusia y Oriente Próximo, el MI6 (el servicio de espionaje en el exterior) le despidió sin contemplaciones. Entre las razones oficiales de su apartamiento figura 'un carácter voluble y poco fiable'. El propio Tomlinson apunta que al volver de Belgrado, Skopje y Zagreb, la vida en Londres le parecía frívola y vacía. 'Como tanta gente que regresó de Bosnia, los horrores vividos me produjeron una cierta depresión', ha señalado. Su jefe directo desconfió de tanta flaqueza emocional, impropia en un aspirante a duro agente secreto, y perdió el empleo. Otras explicaciones sin confirmar hablan de un intento fallido de infiltrarse en una red de tráfico de armas químicas en Oriente Próximo y sus supuestas dudas ante las también presuntas donaciones serbias al partido conservador británico.

Para desesperación del actual Gobierno laborista, ahora llega por fin la novela. Titulada The big breach: from top secret to maximum security, es de suponer que incluya detalles de operaciones ya denunciadas por Tomlinson y relativas a la presencia de colegas suyos en el banco central alemán, el Bundesbank, un plan para asesinar al ex presidente yugoslavo Slobodan Milosevic, así como la colaboración de Dominic Lawson, hoy director del rotativo británico The Sunday Telegraph, con el MI6. Londres ha negado de plano todas estas alegaciones, pero lo que de veras teme es ver impresos detalles de los entrenamientos a que son sometidos los aprendices de espía.

Tomlinson ya ha contado cómo fueron sus primeros ejercicios fuera del cuartel del MI6. Como aprendiz de espía debía obtener el número de pasaporte y la dirección de dos ciudadanos anónimos en plena ciudad costera británica de Portsmouth. Tomlinson disponía de una hora para convencer a un paseante cualquiera de que le diera datos tan personales como el número de sus pasaportes. Acudió a un pub local y aprovechó su encanto personal para dirigirse a dos enfermeras que tomaban unas copas en la barra. Después de presentarse como el patrón de un yate a punto de poner rumbo a Francia, les preguntó si conocían a alguien dispuesto a sumarse a la tripulación. Las damas resultaron ser amantes de la navegación y le dieron todos los datos requeridos al instante. Tomlinson aprendió después a manejar todo tipo de armas y es posible que, de haber permanecido en el servicio, se hubiera hecho también con algunos de los bolígrafos que, según él, estaban siendo preparados para escribir mensajes invisibles.

Después de coronar con éxito varias pruebas más, el ex agente describe una delicada misión en Moscú. A pesar de ser técnicamente un novicio, fue enviado a la capital rusa para hacerse con la agenda del coronel Alexandr Simakov. Dicho militar, para el que usa un nombre inventado, quería desertar y decía poseer informes sobre los misiles estratégicos de su país. A cambio de los documentos, pedía una casa con un jardín lleno de flores. Antes de buscarle tan encantador domicilio, el MI6 quería estar seguro de que la información valía la pena.

Tomlinson debía llegar hasta Simakov a través de un sargento ruso al que había conocido cuando colaboraba en unas maniobras con el SAS, las fuerzas especiales del Ejército británico. Simakov conocía las características de todos los misiles balísticos probados por Rusia entre 1987 y 1990. En conjunto, una mina de oro para los servicios secretos británicos. Sólo había un pequeño problema. El coronel amante de las flores había anotado todos estos detalles en un par de cuadernos escolares escondidos en la caja de costura de su suegra, residente en Moscú. Hasta allí debía llegar Tomlinson para ganarse el aprecio de sus superiores y un nuevo galón de espía.

Haciéndose pasar por un empresario llamado Alex Huntley, nuestro hombre viajó a Moscú con documentación falsa. Con ayuda de un mapa hecho a mano por Simakov, tomó el autobús a la casa de la suegra. Cuando ésta abrió la puerta, le dijo que era amigo de su yerno y necesitaba llevarle ropa y varios libros. Su aspecto y maneras elegantes debieron ganarse también a esta dama, que le franqueó la entrada. Mientras ella buscaba en los armarios los objetos pedidos, el británico sacó los cuadernos en cuestión de una caja y los ocultó entre las hojas del Financial Times que llevaba consigo. Luego dejó el periódico con su valiosa carga en el despacho de un agente del MI6 en Moscú. A su regreso a Londres, Tomlinson supo que las notas de Simakov eran auténticas y habían sido remitidas al entonces primer ministro, John Major, y al propio presidente de EE UU, George Bush padre.

El agente hoy en desgracia no lo sabía, pero la gloria rozada al final de dicha misión sería el último recuerdo agradable de su paso por el MI6. Su siguiente trabajo le llevó a Bosnia en 1993, donde fue herido en una pierna por la onda expansiva de una bomba en Sarajevo. No consiguió nada más y el informe de su trabajo fue muy crítico. Una nueva misión salió algo mejor, aunque le sirvió de poco. Debía averiguar quién colaboraba con Irán mandando productos químicos para una posible guerra bacteriológica. Con ayuda de espías holandeses, el MI6 descubrió a una empresaria británica que parecía tener negocios de esta clase. Después de interceptar las conversaciones y el equipaje de la sospechosa, Tomlinson fue despedido en 1995. Sin haberse repuesto aún de su abrupta salida del MI6, llegó el auténtico mazazo para él. El Ministerio de Exteriores le prohibió acudir a un tribunal laboral para reclamar una indemnización.

Atónito, herido en su orgullo y en el paro, su respuesta fue escribir un libro sobre sus experiencias, del que remitió una sinopsis a la editorial australiana Transworld Publishers, aunque no llegó a publicarse. Dispuesto a impedir la aparición de una obra así, el Gobierno británico le demandó por atentar contra la seguridad nacional. Procesado en virtud de la Ley de Secretos Oficiales, que el propio Tomlinson admite haber vulnerado con la primera versión de su obra, fue condenado a un año de prisión en 1997. Seis meses después salió libre y dio comienzo un peregrinaje que le ha llevado a España, Suiza e Italia, donde reside ahora en espera de acontecimientos.

Conspiraciones sonadas

El espionaje vuelve a ser motivo de escándalo en el Reino Unido. A la espera de que Stella Rimington, directora entre 1991 y 1996 del MI5, los servicios de contraespionaje del Reino Unido, publique pronto sus memorias, Tomlinson ha hecho las revelaciones más sorprendentes de los últimos años. Según él, la muerte de Diana de Gales no fue un desgraciado accidente de tráfico. Poco después de su trágica muerte en París en un accidente de coche, Mohamed al Fayed, padre de Dodi al Fayed, acompañante de la princesa, dijo que ésta había sido asesinada porque pensaba casarse con su hijo, un musulmán. Nadie dio crédito a sus palabras. En 1998, sin embargo, Tomlinson prestó declaración en París ante el juez Hervé Stephan, instructor de la causa relativa al accidente y aseguró dos cosas insólitas. Dijo que Henry Paul, el chófer que llevaba a la pareja y falleció con ellos, trabajaba para los servicios secretos británicos. Luego añadió que el MI6 planeaba asesinar a un 'líder extranjero' sin especificar, tras cegar al conductor de su coche. Londres negó tajantemente esas afirmaciones. El ex espía también asegura que el líder surafricano Nelson Mandela ha mantenido una 'larga relación con el MI6'. Y algo aún más curioso. Se trata de la ayuda prestada a los servicios secretos británicos por dos humildes ratones, Micky y Tricky, para instalar una escucha telefónica en el piso de un supuesto agente ruso en Lisboa.

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