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JULIO CÉSAR | EL PERSONAJE | FÚTBOL | La resaca de la jornada

Un central con misterio

El brasileño brilla en defensa y marca un gol en su estreno con la Real

Tiene nombre de emperador y cara de niño. Ambas cosas le acompañarán toda la vida, porque hay asuntos que no se modifican con los años Lo primero -el nombre- es inamovible; lo segundo -la edad-, (22 años oficiales), deberá pasar la criba judicial, a raíz de la investigación abierta en Brasil sobre lo que allí denominan gatos, es decir futbolistas que reducen su edad para despuntar con mayor facilidad en las categorías inferiores. Porque Julio César siempre ha tenido prisa, en el fútbol y en la vida. Surgido del desconocido Concor, su primer éxito lo obtuvo a los 17 años, jugando con el América de México, antes de sobrevolar el charco y recalar en el Valladolid de Vicente Cantatore, ya con José Rubulota, ex presidente del América, como representante. A los 22 años oficiales, está casado y tiene un hijo de dos meses.

Julio César no pierde el tiempo, ni con el balón -que lo maneja con soltura- ni con su carrera. Su vida ha estado siempre ligada a las urgencias de los demás. El debate eterno de los centrales en el Real Madrid, le llevó al club de la capital española, en 1999, de la mano de John Toshack, que apreció su agilidad y buen bote para el juego aéreo para inmiscuirle por primera vez en su vida en la dinámica de los grandes clubes, algo desconocido para un muchacho nacido en San Luis (Maranhao) y desapercibido en el abundante fútbol brasileño.

Acabado Toshack, se acabó Julio César, que sin embargo encontró acomodo, como cedido, en otro gran club, el Milan, que busca desesperadamente centrales en el extranjero para que acaben jugando siempre Costacurta y Maldini. Julio César dejó su puesto al ucranio Kaladze y ha recalado en San Sebastián, agarrado a la impronta de Toshack que, acuciado por las penurias de la Real Sociedad, decidió rodearse de defensas para salir del agujero. No le ha defraudado: debutó en Santander y le recompensó con serenidad en la defensa y un gol de los suyos: de cabeza y de listo. Con 22 años (oficiales) se ha acostumbrado a la trashumancia. De Brasil, a España, a Italia, a España. Lo lógico, lo ideal. El gran fútbol, el gran escaparate. Brasil, que nunca exportó defensas ni porteros (puestos reservados a los que no valían para otra cosa, según la rancia tradición), es ahora un nutriente del futbol defensivo europeo, porque en el fondo siguen teniendo algo de delanteros en las venas.

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