Boadella, místico y torero frustrado
El dramaturgo catalán explica en la capital andaluza su visión del mundo taurino
'Si yo pudiera, en el momento de la muerte le pediría a Mefistófeles ser toro y ser muerto en la plaza por un gran torero'. Con la expresión de ese deseo imposible, el dramaturgo catalán Albert Boadella concluyó la conferencia que pronunció ayer en Sevilla sobre el mundo de los toros, en la que explicó su visión de un arte que le apasiona 'desde hace 54 años, cuando pesando yo unos 10 kilos mi tío, en brazos, me ponía en el tendido de la plaza monumental de Barcelona'. Boadella, actor, dramaturgo y fundador de la polémica compañía Els Joglars, participó en las jornadas que con el título Los toros en el siglo XX organiza esta semana la Fundación El Monte y la Fndación Andaluza de Tauromaquia.
En videoconferencia con la ciudad mexicana de Guadalajara, con la que Sevilla está hermanada, Boadella (acompañado por el matador Eduardo Dávila y el ganadero Leopoldo de la Maza) expuso su visión del mundo taurino con cierto complejo: 'Un catalán hablando de toros es como si un sevillano fuera presidente de la Generalitat'. Al Boadella niño lo que veía desde el palco le subyugaba tanto que le parecía que 'era la vida de verdad, mientras que el mundo de afuera era absurdo e incomprensible. Mi corazón palpitaba a la vista de la arena', indicó el dramaturgo, que con una toalla y un patinete simulaba una improvisada muleta y un morlaco, y reflejaba, en sus dibujos infantiles, las hazañas de toreros que impartían justicia a golpe de espada. 'Quiero ser torero' era su máxima aspiración, su íntima frustración, que vio compensada parcialmente con el teatro.
Para Boadella, los catalanes se equivocaron y torcieron su auténtica vocación. 'Si en vez dedicarnos a criar cerdos, hubiéramos elegido toros, en lugar de los 12 millones de puercos que invaden el terrritorio y contaminan las aguas subterráneas, tendríamos una veintena de grandes toreros -entre los que estaría un servidor-, que son más importantes para un país que las malditas butifarras'.
Arte y espectáculo
Y al igual que hay actores que llenan de movimiento el espacio o hablan como una ametralladora en el escemario, 'y eso no tiene nada que ver con el sentido artístico, hay toreros que son más frustrados deportistas, saltimbanquis, comediantes o incluso matarifes, que toreros. Cuando vemos a uno auténtico se acaba el circo', declaró.
A su juicio, una corrida simboliza un acto remoto, ancestral y fugaz, 'la cita del hombre con lo sagrado, algo capaz de conmover más profundamente que la vida real', como una composición de Mozart, la Gioconda o Macbeth. 'Durante el acto creativo, a un músico, un pintor o un escritor no les mueve una voluntad de hacer espectáculo. A un torero auténtico tampoco', afirmó Boadella, convencido de que el arte comienza cuando se introduce el sentido poético en la actividad humana, 'una actividad que intenta desvelar otra con más sugerencias que la que aparenta la real'.
Un rito pagano
Por eso, piensa que un torero es un poeta y un artista, capaz de provocar, a través de la sugestión y de la habilidad para transformar el tiempo, grandes emociones. Dijo Boadella que las tecnologías son intrascendentes para el arte y diferenció el 'impulso artístico' de la 'voluntad circense', el 'arte en directo' del 'arte in vitro'. La destrucción 'por los embates de una frívola modernidad' de algunas tradiciones en el arte le preocupa, 'pues la tradición es imprescindible para la supervivencia del rito, que sólo a través de un orden posibilita la perfecta expresión de unas emociones más complejas que las primarias'.El fundador de Els Joglars calificó el toreo como el rito pagano más antiguo del mundo occidental 'que no se ha convertido en folclore' y, además de describir el matador como a un sacerdote de una ceremonia ancestral, sentenció: 'Detrás de un buen matador siempre hay un místico'.
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